Alguna vez llegué a escuchar que comemos más insectos de los que imaginamos. Según dicen, esto ocurre durante nuestras horas de sueño, quién sabe qué tan cierto sea. Lo gracioso es que durante la vigilia es raro que andemos antojadizos por la fauna insectívora, claro que depende de los contextos; en mi caso, soy de los que degustan chapulines y me encantan, bien tostaditos, con su salsita, limón y hasta salsa Maggie.
Lo gracioso y no sé cómo lo vayan a tomar, pero apenas en la noche anterior estaba en un sueño profundo y aún recuerdo ciertas imágenes en las que saboreaba algo dulce y crujiente; las texturas eran inimaginables, así como el deleite que me provocaron. En mi alucinación nocturna salivaba chorros tras chorros, seguro no volveré a experimentar esa sensación, ese sabor. En todo ese mar de disfrute, hubo un momento preciso donde se logró esa fusión entre el mundo de la vigilia y el de las oportunidades infinitas, específicamente sucedió durante una hermosa mordida agasajante ansiosa del sabor impetuoso e irrepetible.
Ya es tarde, ya debería dormir... Aunque, es raro, exactamente fue cuando los dientes superiores e inferiores se encontraron con la mordida predilecta, ahí mismo desperté y mi sorpresa no fue tanto que siguiera el dinosaurio, sino que en realidad lo crujiente se volvió real. Una realidad transformada en forma de cucaracha viscosa entre mis dientes. ¿Su sabor? En estos momentos es indescriptible para mí, es como si se cruzase lo soñado, en el que saboreaba un manjar y la viscosa realidad que bañaba mis labios mientras sentían un ligero cosquilleo por las patas del insecto que suplicaba por su vida.
En cuanto pude lo escupí, mi reacción fue demasiado aletargada, asimilar el momento después de un sueño interrumpido estrepitosamente vuelve a la mente borrosa y con ello a todos los sentidos habidos y por haber. Sólo discierno que en cuanto me estabilicé un poco, comencé a sentir un ligero sabor agridulce con algunos tonos frutales; sabrá el sereno, pero ya no sé si se mezcló el sabor de la cucaracha con el de mi imaginación o en verdad es así como sabe este insecto tan particular que usualmente cuando lo veo me retuerzo del asco por tener que tocarlo y aún peor si debo tronarlo para que se vaya de mi espacio, no puedo hacerlo.
Pasaron ya tres horas después de la medianoche, ya debo dormir... A partir de ahora dormiré con un bozal o algo por el estilo. No puedo creer que algo así se me haya metido en la boca mientras dormía, no alcanzo a imaginar qué le pudo llamar de mi interior, quizá mi calor o mis intestinos. Se ha convertido en un miedo que otro insecto se pueda meter entre mis cavidades; digo, al final, en la otra vida mientras mueres tu cuerpo es consumido lentamente por todo tipo de animalitos que se dan un manjar, eso si no te incineran. Al menos creo, eso no lo sientes, a diferencia de escuchar y sentir lo crocante de un insecto vivo en tu boca que se retuerce después de una mordida que se eleva entre el consciente y el subconsciente. Ahora pienso, y si me sucede algo similar, pero en esta ocasión en el momento en que me acomode en la taza del baño para hacer mierda y en ese justo instante se acercase una cucaracha a olfatear con sus antenas mi esfínter, tampoco podré usar ya el baño. Bueno, a descansar, pero esta vez estaré al pendiente de mi boca.
Por Raúl Loporte
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