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Sentido crítico

Entre algunos callejones de Azcalli famosos por albergar a la mayor parte de los delincuentes de ese poblado, sucedía una situación muy particular en una casa en obra negra, que de lejos parecía abandonada. Entre la penumbra, dada la poca iluminación de ese hogar, yacía Don Prudencio acostado en una cama medio desgastada mientras frente a él se encontraba su nieto Brayan. Ven acá chamaco — observaba Don Prudencio en su lecho de muerte a su nieto — óigame bien, y esto te lo digo con mi último suspiro: Jamás vendas drogas. Mejor estudie, mijo. Esas fueron las últimas o al menos las últimas que escuchó Brayan de su abuelo. Palabras que aunque en ese momento medio resonaron en su conciencia, para un niño ajeno a ese ecosistema y de apenas nueve años, eran un tanto carentes de sentido, ¿por qué vendería drogas? 


Haciendo un pequeño salto en el tiempo, tan sólo cinco años después, en aquellos callejones donde Don Prudencio soltó sus últimos suspiros, la violencia perpetuó hasta normalizarse. En el año en curso, los lugareños vivieron la matanza de aquella familia que residía atrás del supermercado ese que está cercano al Metro Rentería, caso que después se ligó con el cuerpo engusanado de una mujer dentro de una coladera en la colonia Claveles, al parecer era la hija. O la otra familia que igual la desaparecieron, aunque después se supo que fue por culpa del hijo que muy bravito se metió con quien no debía y se las cobraron. Ni que decir de la semana pasada en la que dos adolescentes asesinaron a una pareja enfrente de sus tres hijos. Por azares del destino, después a los dos chavales los encontraron tiesos en su nave por sobredosis de clona con alcohol, estacionados sobre la avenida principal. Son sólo algunas de las situaciones que se dan últimamente y en las que la inocencia no tiene cabida, pero que finalmente le dieron refugio a Brayan.


El chico, al morir su abuelo, junto a su inocencia se mudó  y creció acompañado, además de su madre y abuela, de ese barrio escondido entre los callejones de Azcalli, donde su fama de peligro les precedía. Inmerso en ese contexto, durante su niñez no daba la apariencia de ser un chico descuidado o con intenciones malévolas. Hasta que eso cambió cuando se convirtió en un adolescente de catorce años. Si bien su madre y abuela se preocupaban para que no le faltara nada, principalmente comida y su uniforme bien planchado y limpio, no era suficiente. A la vez, Brayan debía lidiar con los desentendimientos usuales de la vida adolescente. No siempre encajaba con sus compañeros del salón. Su imagen de chico en apariencia dócil solía ser objeto de burlas continuas.


Todo eso terminó hasta que algunos compañeros empáticos decidieron cobijarlo. El Vers, Buda y el Felipe eran chicos del barrio. Ya lo habían visto antes, cuando Brayan salía por las tortillas. Decidieron que era un buen elemento para el grupo, al igual que ellos, esos callejones estaban impregnados en las pupilas de su próximo nuevo amigo. Poco a poco le fueron hablando e integrando. Brayan se sintió cómodo por primera vez y en confianza. Decidió que sería bueno juntarse más con ellos. 


En un principio todo fluyó de forma normal y espontánea dentro de la escuela. Reían y se burlaban de los profesores y ya no de Brayan. Quien se atreviera a hacerle algo, el Felipe era el primero en saltar por él. En apariencia todo era como juego de adolescentes en una secundaria pública. Su convivencia se comenzó a extender aún más fuera de las aulas. En una ocasión a Brayan le dieron cita en la tortillería que frecuentaba para jugar a las maquinitas. Ese día todo cambiaría y las diversiones jamás serían las mismas. Primero, se encaminaron a una tiendita de abarrotes, los tres disuadieron a Brayan para que pusiera atención, y agarrara todo lo que pudiera sin que se dieran cuenta, tenía que hacerlo porque sino le tocaría pamba. Fue así que ingresaron y mientras el Buda distraía a la de la tienda pidiendo cosas de cremería, los demás guardaban en sus bolsillos las golosinas a su alcance y cuando no cupieron más se echaron a correr, dejando a la mujer que despacha en un estado de completa perplejidad.


Divertidos y saltando se dirigieron a la casa del Vers, repartieron y disfrutaron el botín como si de un juego se tratara, pero no todo quedó ahí. Brayan conoció por primera vez la que sería una de sus mayores debilidades, la mona. Los cuatro adolescentes se quedaron en la azotea enganchados con la estopa por más de cuatro horas. Esa sensación de completo adormecimiento, era como bajar al fondo de una piscina y seguir respirando, mientras el eco de la nada resuena en los oídos. Las voces se escuchan lejanas, la vida parece ajena, así como todas las materialidades insignificantes. El cuerpo se convierte en bruma, lo que hagas o no es irrelevante, sólo estar ahí postrado inhalando y sosteniendo una mirada fijamente vacía, pero a la vez activa. 


Con el tiempo esas travesuras adolescentes escalaron a un nivel muy distinto, en donde se fue desdibujando el juego para darle lugar a la acción como un estilo de vida, una forma de ser que además permitió abrir la puerta a un mundo que generalmente se presenta hacia la mayoría como una incógnita. Brayan terminó la secundaria, ingresó por algunos meses a la preparatoria, pero todo eso le aburría, no todos eran adeptos a las emociones salvajes. Fue así que retomó con sus viejas amistades secundarianas. Al Felipe lo habían mandado con unos tíos que vivían en el gabacho para que lo enderezaran y le entrara al jale de la construcción. El Vers y Buda habían comenzado un emprendimiento, así que decidió unirse con ellos. 


La venta de drogas les dejaba buen dinero, así fue durante unos tres  años. Pero ya nada era un juego, al menos eso le quedó claro cuando a Buda lo metieron por quince años a la cárcel por estar vendiendo piedra y pocos después al Vers lo dejaron como coladera por deber dinero de las drogas que se suponía que tenía que vender. Brayan al cumplir sus veinte, en momentos de vacío existencial, recordaba cuando vagaba con sus compas del barrio, que al salir de clase sólo querían resquebrajar la vida como si de un juego se tratara. También al iniciar el negocio todo era fiesta, la pura diversión. Sabía que era la vida que había elegido o lo que el destino había dispuesto, ni su mamá o abuela lo entendían, sólo él. Difícilmente lograba llegar al meollo de su condición, que importaba, tomaba decisiones, vendía y nada que unas monas no solucionaran. 


Continúo con la venta de drogas, primero se mantuvo con monas o mota, sin embargo cuando estás en el mundo de las drogas tarde o temprano las ofertas para la venta de otras sustancias llegan desde las sombras. Su clientela se diversificó, tanto era la misma gente del barrio como otras personas que iba encontrando en el camino o en las fiestas a las que frecuentaba. Sus mejores clientes no siempre eran los del barrio, la buena venta se encontraba con la banda de las universidades. Brayan solía ir a fiestas que se armaban en unas casas improvisadas como bares, lugares atractivos para los universitarios. Ahí conoció a varios de sus mejores clientes con los que luego como parte del ritual de la venta se fumaba un porro con ellos.      


En uno de sus desconectes, Brayan se encontraba pisteando y drogándose con los universitarios. En su alucín, recuerda que algo vociferaba uno de los estudiantes, quién, mientras se encontraba por las nubes, le decía: Hasta el robo requiere de un sentido crítico sino solo se cae en la ambición del éxito putrefacto. Unas alhajas, unos tenis Jordan, ropa de etiqueta. También eso requiere de un sentido crítico, ojalá existiera en aquellos que asaltan a sus iguales. Si eso pasara, ese maldito ímpetu lo ocuparían como protesta hacia las desigualdades inmanentes del sistema social, la condena de los despojados. 


Brayan entendió algunas de sus palabras, pero no les prestó atención y sólo alcanzó a decirle que dejara de decir pendejadas. Sinceramente no le importaba entablar amistad con ese tipo de personas que le parecían presumidas o exageradas en su forma de pensar. Simplemente se dio cuenta que el morro ya estaba bien debrayado, totalmente descuidado de sí mismo y dejando a la vista todas sus pertenencias, así su celular se asomaba de su mochila esperando a que alguien lo tomara. Brayan no dudó ni un segundo. Las oportunidades se tienen que aprovechar.   


Ser dealer no es una tarea sencilla. Todos quieren ser tus amigos, pero no porque les interese realmente quién eres. Difícilmente puedes entablar una relación sensata con alguien. Quizá Brayan tuvo suerte al conocer a la Fercha, una chava que lo comprendía y que no lo juzgaba como últimamente lo hacía su madre o su abuela que en paz descanse. La novia de Brayan era consciente de los pormenores en su vida y no cesaba de decirle al oído que no dejara que los demás pensaran que era un tibio. Día tras día le recordaba a Brayan. 


Un día se hartó de escucharla. Sabía que tenía algo de razón, ser un tibio no es una opción, se debe marcar territorio y dejar claro quién los tiene bien puestos. Había escuchado que un tal “Uñas” vendía pistolas quemadas a buen precio, la decisión era clara, dejar claro su poder ante los demás. Fercha fue la primera en reconocerlo. Como ya era rutina, comenzó a chingar:  


— Ya es momento de que te agarres los huevos y vayas con ese cabrón. ¿O le tienes miedo?


Brayan, encabronado, empuñó la pistola que recién había comprado y la apuntó.


—¿Tú crees que no tengo los huevos de mandarte a la chingada? —gritó—. Escupe otra pendejada ahora y verás cómo te desaparezco a la verga. ¡Tú no sabes de lo que soy capaz! ¡Ni lo que quiero! No me vengas con tus pinches mierdas.


La lanzó violentamente contra la cama y la obligó a quitarse la ropa. Entre forcejeos, ella le gritó, con un tono más de reproche que de miedo:


—¡Con esos huevos es con los que debes de ir a cobrarle a ese pendejo que te debe!


Durante días le resonaron en los oídos esas últimas palabras que Brayan escuchó de su novia. Tal vez era real lo que decía, no podía tener excepciones, no había por qué portarse bien con unos y mal con otros, para qué andan pidiendo de más es mejor saber que eres jodido y no pensar que no lo eres y creer que eres mejor que los demás para después estar mendigando y luego por droga. Así que tomó la decisión de su vida. Al día siguiente salió directo a buscar a quién le debía.


— Wey, ya estuvo bueno. Quiero que me pagues los doscientos varos que me debes. No te quieras pasar de verga.

— Carnal, la neta no tengo el varo. Dame chance, además me conoces de toda la vida. 

— Eso me vale mierda.

Brayan empuñó la pistola y se la puso en la cabeza a Felipe.

— Ya déjate de mamadas y saca el dinero.

— Tranquilo. No te voy a pagar ni madres y hazle como quieras puto.


Brayan jaló el gatillo y sólo sintió como la sangre salpicaba su rostro. La sensación de la mona se hizo presente por un segundo: bajar al fondo de una piscina y seguir respirando. 


Por Raúl Loporte


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