Meditaciones anti-académicas
- miopiatv19

- 3 jun
- 9 Min. de lectura
Querer prestigio académico. Lo que sea que eso signifique. Quizá un deseo, un destino incierto o una esperanza enfermiza. Mientras tanto, a quienes estamos metidos en esto de hacer posgrados, sobre todo orientados hacia la investigación, la aspiración académica a grandes rasgos se traduce en romperte las neuronas por adoptar el ethos de trabajo académico impuesto, que conlleva, además de cumplir con tu trabajo de investigación y la escritura de la tesis, hacer una presentación, organizar tal evento, la exigencia para la publicación de al menos un artículo, competir directamente con los demás y en las sombras sentir el abrumador peso de la ineptitud autogenerada por la presión social del entorno académico. Sopesar la necesidad por mostrarte superior a los demás, por restregar tu nivel de productividad, por ejercer tu derecho al mérito y al esfuerzo individualizado, mientras forjas un cascarón pasivo agresivo. Todo lo anterior, con la esperanza de alcanzar un lugar en el rebaño de los libros, la escritura, la experimentación, la investigación.
Buscar el reconocimiento dentro de esa dinámica académica puede ser una decisión personal, aunque no podemos dejar de lado las presiones estructurales que existen de por medio y que aquejan en diferentes niveles, tanto a quienes ya están dentro del campo académico, como de aquellos que aspiran a ingresar. Me llaman la atención los últimos, quizá porque soy una mancha más de esa población en crecimiento. La competencia se ha vuelto visceral. La confianza es un arma de doble filo. Es difícil encontrar ideales de colectividad. Tenerlos es una fortuna que debe ser resguardada finamente.
A veces me pongo a pensar si otros caminos podrían ser posibles para la construcción del conocimiento sin tener que entrar en la dinámica de la academia tal como se ha conformado. Pienso que sí es posible, sin embargo, me parece que cualquier propuesta al respecto estaría condenada a la marginalidad y al olvido. Si nos apegamos a los designios que nos dicta el peso de las estructuras sociales, principalmente para quienes recién quisiéramos incursionar hacia el campo académico, sería dificil alejarnos de los requisitos de burocratización que delimitan tus aptitudes e ineptitudes para formar parte de la lógica que envuelve al trabajo académico, la lógica de la productividad ensimismada.
Somos los más jóvenes en el rubro, que con mayor rapidez debemos adoptar esta lógica y por lo mismo la esperanza de que el mérito desplegado deba ser el retorno de nuestras aspiraciones inflamadas por la lógica punitiva del conocimiento, como si los designios procedimentales fueran incuestionables. ¡Oh sorpresa!, cuando, al menos en México, no sólo dependemos del desgaste físico y mental exprimido en un CV, sino de la fragilidad existente para la inversión pública en ciencia y tecnología, y por ende también de oportunidades, condiciones laborales y de la falta de lugares en determinado campo laboral por la falta de estrategias de jubilación dignas, entre otros problemas.
Entonces, ¿el esfuerzo mediado por esa lógica tiene sentido? Quizá sí: al publicar un artículo o participar en algún congreso aumentes uno o dos puntos porcentuales tus probabilidades para acceder en ese sistema. Tal vez por eso valga la pena ajustarte mentalmente para la lógica del publica o muere, de los refritos académicos y los chamuyos narrativos para alcanzar un lugar en algún evento académico para presentar un tema que será escuchado por al menos dos almas poco precavidas que se perdieron en los pasillos de un Congreso en la búsqueda de un baño o refrigerios.
Pienso que con dificultad quienes estamos estudiando un posgrado y, aún más, quienes hemos llegado al doctorado, seamos ajenos a lo enfermizo del sistema que nos envuelve. Tan sólo en pláticas casuales entre estudiantes, son temas que se asoman por la superficie, con el “qué sigue después”. Un escalofrío recorre mis nervios con esa pregunta. Probablemente un postdoc. Tal vez, buscar convocatorias en universidades. Habrá quienes piensen en viajar al extranjero o a otro estado de la república de los abrazos.
Al mismo tiempo que debemos resolver esa incertidumbre, chocamos con la realidad que nos muestra las dificultades para tener una casa propia, un trabajo estable… y ni pensar en la jubilación. Pero, las opciones a futuro existen, aunque son opciones mediadas por esa lógica productivista que quizá te reditúe si la adoptas cabalmente, al menos para la consecución de un espacio bien o mal remunerado en el campo académico, bien o mal conocido, pero escarbando algo se encuentra, sin duda.
Mientras tanto observo que en la incertidumbre debemos forjar un camino. Ese trayecto en el campo académico tiene, a riesgo de parecer reduccionista, dos posibles enfoques a nivel individual. Uno, si se es honesto consigo mismo, el trayecto que descansa en la esperanza y el trabajo asiduo, que adopta la lógica de la productividad ensimismada exigida por la academia actual, pero se mira a sí mismo críticamente para encauzar su trabajo hacia otros rumbos, por si acaso no se logra el propósito estructuralmente establecido por la academia. Por otro lado, el trayecto que descansa en el egoísmo, que a pesar de adoptar la lógica adecuadamente, se vuelve en un engaño y una pantalla para alejarse y alejar a otros de un encauce colectivo o compartido del conocimiento y caigan con mayor peso las desilusiones al no lograr sumarse a las filas de la academia.
Dichos trayectos, dado que son parte de mi visión pesimista de las cosas, deben ser tomados como hipotéticos y prejuiciosos. Sin embargo, es una realidad que además de que sean trazados de esa manera, es indudable que deben lidiar con situaciones de continuo estrés y ansiedad, ya sea que descansen en la honestidad o el autoengaño. Es decir, quienes optamos por este camino, sea quien sea, estamos propensos a sufrir problemas de salud física y mental y no sólo eso, de riesgo social al rasgar las vestiduras del desempleo o la precariedad laboral. Sin duda, las condiciones hoy en día son adversas y contradictorias.
Claro, nuestro país requiere de conocimiento, y cuál no, al ser el insumo sustancial en las sociedades postindustriales para que cualquier economía florezca, pero a qué costo. Traigo a colación una situación que se vive de forma reciente en México con el programa de Investigadores por México. A grandes rasgos y de acuerdo con una nota de Animal Político, es un programa que desde 2014 se implementó como alternativa a la falta de creación de nuevas plazas de investigación. De 2015 hasta 2018 asignó por año alrededor de 234 plazas. Sin embargo, la asignación de espacios comenzó a disminuir a partir de 2019. Para el 2023 se abrieron sólo 45 y en 2024, 25 lugares.
En la misma nota se recupera que, a pesar de que la dependencia a cargo del programa no registra despidos injustificados y que las bajas existentes son de aquellos que incumplen con la normativa, hay experiencias que muestran lo contrario y señalan las condiciones laborales ofrecidas en el sector académico. Inestabilidad laboral, depresiones, ansiedades, ambientes laborales depredadores del alma. Y los afectados, no es que incumplan, al contrario cuentan con todas las credenciales y capacidades que hasta son reconocidas internacionalmente. Por desgracia no es el caso dentro de su propio país. Mientras tanto, el tiempo corre, la vida sigue y las exigencias capitalistas no tienen escrúpulos, así tengas la experiencia y la edad estarás siempre balanceándote en el hilo de la desesperación.
A la vez que se viven esas condiciones miserables en el contexto laboral del sector científico, pareciera que estamos en un momento cúspide de la ciencia. Un momento clave de disyunción y contingencia en donde no habrá vuelta atrás. En un tono distópico y alineado a la lógica de la productividad que ha permeado hasta sus cimientos en el campo académico, es como si estuviéramos en la antesala de la producción masiva de la ciencia mediante la enajenación del productor, del científico, por los avances de la inteligencia artificial. Quien deberá ajustarse a estos insumos para que su productividad cumpla con lo esperado por los mecanismos institucionalmente provistos para hacer valer la ciencia actual, sin importar que lo que haga reditúe a la sociedad en general.
Con todo lo expuesto hasta el momento, no sé si sea una propuesta lo que deseo exponer o si al menos tenga sentido presentarla como tal. Sucede que es algo que circula asiduamente entre mis debilitadas conexiones neuronales. Hablo desde un campo específico de conocimiento, la investigación educativa (IE). Preciso mencionar lo del campo ya que cada área de conocimiento tiene sus particularidades y aún más dentro de la I.E. Quizá el desafío que expongo sea generalizado, sin embargo, hay particularidades en otras áreas sobre las cuales no tengo del todo conocimiento y por lo mismo no sé si sea aplicable mi idea en un nivel general, ni siquiera en el área a la que pertenezco.
Desde el campo de la investigación educativa, un espacio que tanto adoro y que desde mi punto de vista su valor está en cómo aborda las realidades educativas por las que todos nos cruzamos alguna vez en la vida. Las experiencias educativas que nos forman, nos transforman o nos distorsionan. Esa tal educación que aunque no te dediques a investigarla sabes que es inherente a nuestro desarrollo social, que algo tiene de importante. Aunque muchas veces eso que es importante no siempre se puede entender con facilidad y mucho menos explicarlo de tal forma. La cuestión está en para quién se hace este tipo de investigación, a quién le queremos comunicar la importancia de observar tal o cual fenómeno educativo y por lo tanto cómo lo queremos explicar.
Para mi gusto, el conocimiento debe ser entendible no sólo para un círculo prestigioso y privilegiado. Lo que se produce con la investigación considero que ha de orientarse obligatoriamente y en su totalidad como una retribución hacia la sociedad en general y no sólo en términos economicistas y de innovación, sino para que desde otros enfoques exista una planificación de la organización social, cultural e histórica de la humanidad y, sobre todo, de la construcción y divulgación del conocimiento.
Entonces, ¿Para qué hacer conocimiento? Y aún más importante, ¿Para qué estudiar un posgrado? Para obtener mejores condiciones socioeconómicas. No es mala respuesta, es franca y pragmática. Sin embargo, a pesar de las críticas que se le puedan hacer al estado mexicano (vaya que pueden ser millones), con sus bemoles, pero aún se mantiene el programa de becas no sólo para ensanchar nuestros egos alcanzando los últimos niveles de formación en el sistema educativo o vivir por momentos el sueño del aspiracionismo, sino para contribuir a la sociedad con los conocimientos que construyamos.
Quiero creer que otras formas son posibles, que hay formas colectivas de hacer conocimiento que sean ajenas a los instrumentos evaluativos de la estructura actual. Qué podemos erigir una academia que esté por fuera de los mecanismos institucionales actuales, sin desapegarse de los valores científicos y metodológicos. Asumirte académico sin importar el lugar donde te encuentres, aportar conocimiento sistemático para la resolución de problemas concretos. Hacerte visible y hacer visible las fallas sistemáticas que venden el discurso del progreso científico mientras que por otro lado malbaratan el trabajo en general y el científico en específico. Presionar hasta que los gobiernos reconozcan y apoyen el hecho de que otras formas para la organización del conocimiento son posibles y más sustanciosas.
Un problema en esta ensoñación es que no se vive por amor a la ciencia, nuestras necesidades fisiológicas y hasta consumistas nos orillan a diversos niveles de utilitarismo si los gobiernos en turno, sean del color que sean, no están teniendo la capacidad de ofrecer mejores condiciones laborales y de vida a quienes se preparan por la mayor parte de su vida al asumir el discurso meritocrático. La población, en general, debe conocer el valor que tiene una persona que se forma como investigadora y de qué forma esa persona le beneficia apoyarla. Con esto no quiero decir que son más valiosas que las demás, sin embargo, la particularidad de su aporte quizá esté en que son producto de la inversión de todo un pueblo, de una nación y que el no asegurar que sus conocimientos retornen al país se puede traducir en una pérdida de capital importante (lamento esta parte por sonar tan capitalista).
Mientras escribía esta reflexión, situado en una estancia, con ayuda de compañeras y compañeros encontrados en el camino, dentro y fuera de mi país, llegué a la conclusión de que no tengo idea de hacia dónde seguir. Pensar en un camino desde mi individualidad sería un completo egoísmo y caería en una idea sin verdadero fondo. Pero, ¿Cuál es la propuesta? La propuesta es que no hay ninguna, y que sólo depende del trabajo marginal y colectivo orientado al diálogo para la construcción común, para el trazo colectivo de ese camino que debe abrirse en las veredas. Si hay una propuesta será solamente aquella que sea trabajada desde quienes en carne propia experimentan las precariedades económicas, físicas y emocionales hasta aquí expuestas. Será posible, siempre y cuando seamos capaces de encontrar un espacio entre la vorágine. Un espacio para la autorreflexión y la reflexión colectiva.
Aquí recuerdo algunas dilucidaciones que obtuve al leer el manifiesto implosivo (si lo gustan leer, les dejó el link más abajo). Sea cual sea tu condición, además de tus inclinaciones ya sea artísticas o no, la mirada implosiva es un medio, un canal para montar diferentes puntos de fuga que poco a poco den forma a una nueva perspectiva que ronde entre nosotros de manera sigilosa, pero contundente. Recordando siempre que partimos del olvido asegurado, de condiciones imprevisibles y ante la desgracia, como bien señala el manifiesto: “Superponemos las vidas destinadas al caos como máximo punto de creación.” Si crees que ya no hay solución a nada, entonces es porque seguro esa sea la solución. Sólo nos queda estar atentos. No sé, quizá surja entre la niebla una anti revista que recupere las voces ocultas de quienes han elegido el camino de la ciencia, de la construcción del conocimiento, pero que les está costando asegurar un espacio y hasta la creencia en sí mismos y en su capacidad de construir y contribuir al conocimiento.
Por Raúl Loporte

Referencias:
Animal Político. (2025, 30 de mayo). Investigadores denuncian despidos injustificados en Secretaría de Ciencia. https://animalpolitico.com/sociedad/investigadores-despidos-injustificados-secretaria-ciencia
Loporte, R. (2024, 10 de junio). El último grito: Homenaje [Entrada de blog Miopía Tv]. Indirectas. https://miopiatv19.wixsite.com/indirectas/post/el-%C3%BAltimo-grito-homenaje




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