Fue un día memorable y por lo tanto la noche debía ser espectacular. Después de tanto esfuerzo, de tanto entrenamiento, de pruebas de acondicionamiento físico y psicométricas, al fin se encontraban en la magna ceremonia donde reconocieron su esfuerzo y les entregaron las placas de policías federales. Un momento así no se deja pasar de largo, debe quedar por siempre en la memoria y nada mejor para eso que un festejo a lo grande. Es así que de entre todos los galardonados con su placa, un grupito de ellos decidió celebrar con unas cuantas cervezas. Para ello, se dispusieron a buscar algún buen bar en la zona centro de la ciudad. El júbilo no cabía en el rostro de aquellos muchachos, nada los podía detener, de ahora en adelante eran policías federales, representantes de la justicia y el deber.
¿Cómo es esto posible? Tener que trabajar en sábado, se decía a sí mismo Ambrosio mientras amodorrado salía de su cama a plenas ocho de la mañana. Era un servidor público dentro del ramo educativo, una especie de docente comunitario en la ciudad, específicamente, en la demarcación de Azcalli. Su trabajo era tranquilo, la atención que ofrecía al parecer no estaba acorde a la demanda de la población, rara vez tenía a algún interesado o despistado en tomar talleres de formación ciudadana o alguna asesoría educativa. Por momentos iban niños, pero sólo a jugar en las computadoras del espacio educativo. Era un trabajo generalmente apacible. Para pasar el rato, conversaba un poco con sus compañeros docentes o con el policía encargado de resguardar el inmueble día y noche.
Con la pesadez de sus apenas cuatro horas de sueño fue que logró ponerse de pie. Listo para otro día rutinario. Mentalizado para buscar rellenar los tiempos muertos con alguna lectura o conversación casual. En el trayecto a su trabajo iba escuchando un poco de música para distraerse del caos subterráneo del metro o de los sonidos motorescos de la acera que lo conducía a su trabajo. Al igual se entrecruzaban pensamientos sobre la última historia que le contó su cuate el poli. Su empecinamiento sociológico por querer encontrarle sentido a la brutalidad social que rodeaba aquella historia. La violencia como sentido de la vida; romper al otro, a su semejante, para obtener un pedazo de fortuna efímera que con un tiro de gracia a los meses se termina, cómo eso puede ser deseoso, se preguntaba Ambrosio mientras traspasaba la puerta de su trabajo y alzaba la mirada para ofrecer un saludo al poli.
El grupo de entusiastas que deseaba festejar su nuevo reconocimiento se encontraba jubiloso, la felicidad no cabía en sus caras. Al final, sólo cinco jóvenes, todos hombres, se animaron a buscar el sitio que resguardara los placeres del festejo. Comenzaron su recorrido por las calles de la ciudad. Buscaban algo que prometiera diversión en grande, con chicas bellas y bebidas por montones, no importaba el dinero, ellos querían disfrutar, así se gastaran todo lo que trajeran en sus billeteras. Fue así que dieron con el “Mamba negra”, un bar no tan popular , pero que a los ojos de los futuros policías federales se veía como un paraíso. Uno a uno entraron al espacio que entre la oscuridad se asomaban los estrobos que dejaban traslúcidos los rostros jubilosos de los recién condecorados federales. Los instalaron en una mesa cualquiera rodeada de entes nocturnos, que a risotadas y embriaguez danzaban mientras sus cuerpos se regodeaban de los placeres encontrados al rasgar las vestiduras de la noche.
Los cinco novatos se organizaron y al final decidieron iniciar la noche con la compra de una cubeta de chelitas y una botella de bacacho, no podían escatimar en gastos. Dos de ellos se acercaron a la barra ya que ningún mesero parecía percatarse de su existencia. Instalados frente al bartender le pidieron casi a gritos sus bebidas a lo cual sin problema este les atendió y en cuestión de segundos se las tenía servidas: su cubeta con doce cervecitas, su botella, una coquita y la botana de pilón. Encantados los dos muchachos se regresaron con todo el paquete junto con sus demás compaches. Sin duda su noche será inolvidable, no importa y ni siquiera existe un atisbo en su pensamiento de la resaca totalmente asegurada del día siguiente.
Ambrosio llevaba dos de sus seis horas de trabajo sentado dando vueltas en la silla de ruedas. Un trabajo de seis horas, pensaba, es bueno que no sea tanto tiempo, lástima que el sueldo no sea suficiente y de aquí tenga que ir a mi otra chamba a dar clases a esos chamacos bachilleres. Hijos de su madre santa, continuaba pensando, a veces me hacen pasar ratos insoportables, quizá deba ser más como un gendarme. Continuó divagando durante unos cuantos minutos más hasta que empezó a entrar en desesperación, no llegaba nadie a pedir informes ni nada, sólo había algo por hacer. Era momento de ir con el Poli a cotorrear un rato. Siempre que hacía eso, el día laboral transcurría de forma menos pesada.
— ¿Qué pasó Poli, ya casi?
— ¿Qué pasó, guero? Sí ya mero, unas cuantas noches más.
— ¿Cómo está eso? Si ya llevas dos días seguidos.
— Es que ya sabes, no ha llegado mi relevo, van dos días que se ausenta, pero pues qué le podemos hacer. ¿Tú qué onda?
— Pues ya sabes, aquí encerrado sin hacer nada.
— Bueno, ya sólo te quedan unas cuantas horas. No que a mi dos pinches días y eso si bien me va.
— Ey—. A veces uno no lo nota y ese era uno de esos casos, las quejas de uno son irrelevantes para el otro. Ambrosio siempre caía en la cuenta ya que había realizado sus comentarios de infamia sobre su día y se terminaba dando cuenta que el poli debía sacrificar a veces dos o hasta una semana completa de su vida guardado en esa jaula de concreto, dejando en stand by a sus hijas y esposa, a veces perdiéndose momentos importantes como sus cumpleaños. Para evitar la incomodidad de la situación ocasionada por la ruptura entre sensibilidades, un cambio sutil de tema era un buen recurso, es así que en ese momento, dentro de sus divagaciones y el silencio incómodo, Ambrosio recordó aquella anécdota.
— Oye, no he dejado de pensar en aquello que me contaste. Qué mal pedo.
— Pues qué te digo. La neta si estuvo gacho, pero también esos chavos, se confiaron de más.
— Pues eso sí, pero qué necesidad de que les hicieran todo eso.
— Les fue como les tenía que ir. La neta. Este país está bien cabrón y al final la violencia es la respuesta para muchas cosas. No importa quién esté, eso no ha cambiado.
— Eso es lo que me saca de onda, prácticamente debes estar ya pendiente de todo y dispuesto a responder de forma violenta si es necesario. Podrán decir que la violencia no es la respuesta, pero en la práctica todo indica lo contrario. Me queda una duda, ¿Eso cuándo sucedió, ya tiene mucho?
— Tiene poco mi güero, fue hace como dos o tres semanas y cerca de aquí.
Ya no se acordaban de cuántas rondas llevaban. Terminaron con la botella y pidieron dos cubetas más, porque llegaron al punto de que todos eran cheleros. No dejaban de risotear, de cantar y hablar a griterios entre ellos. Todo era felicidad, la música era de aquellas, y las mujeres, pues había para todos los gustos. Ya entonados, comenzaban a sentir ese impulso de galanería, había un mar de opciones y la noche era larga, así que con las chelas en la mano se precipitaron hacia la pista de baile y comenzaron el acecho. No se percataron que estaban demasiado mareados y que en vez de parecer atractivos asustaban más o generaban repulsión, sin embargo no fue motivo para dejar de insistir.
No todos fueron afortunados, sólo uno de ellos bailó con una mujer de cabello oscuro, esbelta, grandes ojos y que vestía un vestido rojo entallado. Fueron dos canciones de Lavoe con las que se pudo lucir sacando los pasos sonideros, en algunas vueltas aprovechaba para acercarse y deleitar con algunas palabras a la dama en sus brazos quien se reía de lo que alcanzaba a escuchar entre todo el ruido. Al dejar de bailar cada uno se fue por su lado y acordaron con una mirada volver a bailar en unos minutos. El chico se acercó con sus compas desilusionados, pero a la vez felices por el logro de su compañero el más galán. Debían festejar comprando una última cubeta, se acercó un mesero y se la pidieron.
Pasadas las horas y las copas, llegó el momento, al terminarse la última cubeta decidieron solicitar la cuenta. El precio de su borrachera sobrepasó sus límites monetarios a lo cual se voltearon a ver sorprendidos. Empezaron a juntar todo lo que traían en sus bolsillos, pero no fue suficiente. La peda se les bajó ya que no tenían idea de lo que harían. Uno a uno, ensimismado fue llegando a la misma conclusión; las placas, esos amuletos recién recibidos que los acreditaba como representantes de la justicia descansaban en sus bolsillos. Notaron que esas insignias les daban seguridad, fuerza y confianza. Decidieron que ocuparían ese recurso para salir librados. Fue así que al acercarse el mesero para cobrar la cuenta le comentaron la situación, la falta de dinero, el por qué de su visita y que cómo federales recién reconocidos se ofrecían para cuidar en todo momento aquel bar. El mesero se les quedó viendo y con una mueca de desprecio les dijo que lo hablaría con el gerente y se alejó
Quedaron esperando, quizá más de media hora, hasta que por fin se alcanzó a divisar al mesero entre la multitud quien a la vez traía dos cubetas repletas de cerveza. Al llegar a la mesa de los federales, les comentó que traía las dos cubetas como oferta de agradecimiento por parte del gerente y que no se preocuparan por la cuenta, con su notable servicio a la nación era más que suficiente. Jubilosos se voltearon a ver y a agradecer como locos mientras abrían las cervezas. Era cierto que esa noche no tendría límite alguno.
La plática con el Poli tuvo que suspenderse ya que se acercó un interesado en los cursos que se impartían, a lo cual Ambrosio tuvo que atender ofreciendo la información esperada. Al cabo de cinco minutos se encontraba registrando a un nuevo interesado y terminando de explicar algunos detalles sobre el taller solicitado y los días en los que podría encontrar al profesor encargado de impartirlo. Un discurso totalmente articulado y rutinario. Terminó esa atención y decidió abrir el libro que se encontraba leyendo en ese momento. Contrapunto de Aldous Huxley. Quedaban dos horas para poder salir. ¿Qué haría después? se preguntaba, ya que era sábado y al salir ya no tendría que ir a su otro trabajo, por fortuna esa rutina no tenía cabida los fines de semana, pero no quería llegar a su casa y abrazar la soledad, no sentía esa necesidad, al contrario le atraía la idea de compartir un espacio con desconocidos bailando a oscuras y escuchando melodías eléctricamente melancólicas. Dejó de divagar y pegó sus ojos en el libro.
Pasaron veinte minutos y un aproximado de veinte páginas llenas de historia. La novela era atractiva y a la vez un poco desconcertante, era una mezcla de historias separadas, de personalidades diversas y que en un primer momento no parecían encajar, pero a la vez mientras se avanzaba se alcanzaban a incorporar detalles que se compartían, amistades, relaciones utilitarias, apegos y desapegos. Ya quería llegar al final de la historia, saber en que se desencadenaría esa constante de hechos en apariencia separados. Era un sin sentido espectacular; pero bueno, era ya mucha lectura por ese día así que decidió cerrar el libro y pasar al baño.
¿Cuántas cubetas llevaban? era irrelevante. Las dos de regalo fueron el alud de su ocaso, cosa que en la excitación de la fiesta aquellos cinco novatos no alcanzaron a observar. Lo único que veían eran dos chicas guapas, una de ellas quien había aceptado bailar, pero que de un momento a otro estaba acompañada de otras dos mujeres que simulaban estar totalmente atraídas por ellos. La verdad es que el objetivo era que esos cinco sujetos quedaron totalmente tambaleantes de tanto alcohol ya que les esperaba un lastimoso obsequio que sería donado por el narco imperante en ese espacio, congratulado de haber escuchado que cinco federales se querían salir con la suya y no pagar la cuenta de sus excesos.
Eran las 4 de la madrugada, ya perdidos y con ganas de irse, casi arrastrándose, alcanzaron la puerta de salida, al momento de pisar el frío concreto de la madrugada los cinco novatos fueron secuestrados. Lastimosamente después de dos días quedaron irreconocibles. Arrojados en las afueras de la ciudad, sus cuerpos apilados no dejaban ver más que muestras de un dolor inhumano. A manos del mesero que los atendió, fueron torturados y cada uno de ellos sufrió un dolor particular como ser desollado del rostro, no contar con ninguno de sus dientes ni uñas tanto de manos o pies, órgano sexual extirpado, rostro desfigurado por golpes continuos y extremidades totalmente trituradas. Sólo personas desalmadas y monstruosas eran capaces de invertir horas de su vida para lograr dañar a alguien de esa manera. Uno pensaría que es imposible que existan tipos con ese alcance de maldad e imaginación, que sólo existe gente así en las películas o cuentos de terror, pero no es así, en la realidad todo puede superar a la ficción.
Por fin era hora de la salida. Ambrosio sin chistar acomodó sus cosas, se puso la mochila, se despidió del Poli y comenzó su caminata hacia el metro. Había decidido ir a un bar que le gustaba frecuentar de vez en cuando, así que tomó la dirección hacia el metro hidalgo. Él se encontraba en norte 45, así que tuvo que transbordar hacia 18 de marzo y de ahí a universidad; llegó al cabo de 20 minutos. El plan era ir sólo un rato, regresar antes de las 11 para poder alcanzar el metro de regreso a casa. Siempre ha intentado apegarse al plan, pero es más probable que nunca le salga de esa manera, la fiesta siempre lo termina envolviendo.
Era noche de EBM, sonaba Body Nerv de And One, un buen comienzo. Sólo faltaba una kahuama bien helodia. Así que se acercó a la barra y la pidió. El chico que lo atendió no tardó en darle su elixir. En ese momento, una persona detrás de Ambrosio se acercaba de igual manera a pedir una cerveza; un sujeto de aspecto apacible, con cabello corto, una mirada tranquila, en apariencia totalmente inofensivo; difícilmente, aunque era cierto, alguien sospecharía que aquel hombre había asesinado a cinco sujetos a mano limpia hace apenas dos semanas atrás. Ahí estaba, recibiendo su cerveza volteando hacia la pista de baile, observando a la multitud y entre ella cruzando una mirada simpática con Ambrosio quien a su vez de forma amistosa, para no ganarse la enemistad de nadie, hacía un gesto levantando su kahuama; hoy, no era un día de muerte, sólo de descanso, así que a disfrutar.
Por Raúl Loporte
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