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La última cena

San Martín, tantos recuerdos me trae este pequeño pueblo de Azcalli que se mezcla con la urbe de la ciudad chilanga. Es como si el tiempo se hubiera detenido, algo poco inusual en momentos donde todo pareciera lleno de innovaciones tecnológicas y a dos pasos de vivir en un mundo con robots e inteligencia artificial. Pura charlatanería posmoderna, ya que todo eso vale nada cuando se está a dos pasos de quedar bien quemaditos por el calentamiento global. A pesar de esos pésimos augurios para el devenir social, creo que entre las calles deshumanizantes se esconden siempre destellos de inquietudes juveniles. Inquietudes que moldean los deseos, los miedos, los vicios, corajes y muchas otras obsesiones que acompañan a la vida.

Este pequeño pueblo posmo, que pende en un hilo entre el pasado y el futuro incierto, visualmente ofrece una imagen entremezclada de nostalgia para quienes han vivido ahí toda su vida o al menos caminamos de vez en cuando sobre sus calles; y subdesarrollo, para ojos enfermos de “progreso”. Mientras Arnoldo rememoraba los momentos de su juventud, a los alrededores se oía el cacaraqueo de los gallos enjaulados, frente a él se posiciona la capilla de casi un siglo al centro de una rotonda que divide los caminos y finalmente los puestos de comida informales que son la apuesta cotidiana de las familias para aumentar sus ingresos. Hoy después de una década nuevamente camina por esas calles y se encuentra delante de un puesto que vende unas alitas, para su gusto, nada despreciables y accesibles. Arnoldo, al observar el panorama susurra hacia sí mismo: El espacio se conserva casi de la misma manera, y me llega aquel recuerdo sombrío de esa noche, la noche de nuestra última cena.


Entrados en nuestros veintes, aunque algunos todavía rozando los penúltimos escalones hacia el segundo piso de la vida. Éramos un grupo nutrido que compartimos durante varios años gustos musicales. El gusto musical nos unió, pero también el ir a toquines, fumar mota de manera asidua o tener pedas en las casas de algunos de nosotros, en particular la de Camilo. Cuántas borracheras no tuvimos ahí, con Pantera de fondo o Motorhead, de repente un poco violentos con Cannibal Corpse o Mortician. Muchas reuniones llenas de euforia, de locura juvenil, de risas interminables y anécdotas que nos daban una identidad como grupo y como individuos. Durante aquellos años nos comenzábamos a enfrentar a la vida adulta y sus exigencias. Seguir estudiando, tener trabajo, ambos o ninguno. 


Esos asuntos nos fastidiaban. Cada quien los lidiaba en su entorno familiar de diferentes maneras y niveles de exigencia. Sin embargo, todo eso lo olvidábamos al momento de destapar la primera caguama y prender la pipa de la paz. Dionisio brindaba entre nosotros. La embriaguez nos dejaba explorar otros asuntos perceptivos de nuestra realidad. ¿A qué nos enfrentamos?, ¿por qué tenemos que estudiar o trabajar?, ¿qué será de nosotros? Preguntas que rondaban y siempre nos llevaban a diferentes conversaciones, a veces turbias, en ocasiones oscuras y de vez en cuando desalentadoras. 


Al final, en el bajón de la fumada y la bebida, Camilo junto con sus hermanas Crisálida y Laureana nos ofrecían un buen monchis mientras reíamos o simplemente seguíamos bebiendo. No sé si por lo continuo que eran nuestros encuentros, pero poco a poco comenzamos a caer en más formalidades. Una de ellas fue realizar cenas de fin de año. Tuvimos al menos tres festines de ese estilo, sin saber que al final serían nuestro ocaso y aparente final. Con el pasar de los años se apagaría un brillo entre nosotros, y no necesariamente por desencuentros, sino por la vida en sí. Una vida llena de múltiples destinos orientados a la hiper individualidad donde a pesar de querer mantener esas identidades colectivas, el despliegue de estrategias particulares era necesario para transitar a la sórdida adultez. 


Bueno, sin duda, eran buenos momentos. En esas tres cenas nos organizamos para que entre todos juntáramos algún platillo, bebida, droga, botanas y música. Estos tres eventos, recuerdo que comenzaban relativamente temprano y el cierre del festejo era difuso o al menos para mi lo es, sobre todo en la última cena. La primera de las cenas fue emotiva, todo el grupo se encontraba, algunos con sus parejas, pero finalmente juntos, con una atmósfera agradable. En ese tiempo había quienes ya teníamos trabajo, aunque era en esas empresas transnacionales chupasangre, pero finalmente era de las primeras experiencias laborales. También, recuerdo que Anastasio y su hermano Antonio al igual que Pancho y su hermana Artemia ya estudiaban en la universidad. Jerónimo, Diego e Iñigo terminaban el bachillerato. Camilo, exploraba los caminos de la gastronomía y su hermana Crisálida estudiaba comunicación, mientras Laureana comenzaba sus estudios superiores en ingeniería. Muy propios con nuestras aportaciones, sentados, cenando, escuchando música y platicando. Fue tranquila esa noche, a pesar de que estuvo llena de vicio.  Creo que fue la única, pero marcó un hito en nuestra historia como grupo en proceso de maduración. Cada quién con su esfuerzo, aportaba algo al grupo y entre todos disfrutamos, reímos y consideramos que era necesario tener ocasiones de este tipo con mayor asiduidad. 


Al año siguiente se logró el segundo festín. Comenzó con una dinámica similar. Sin embargo el cierre además de difuso estoy casi seguro que fue un tanto espasmódico. Corría el cierre del año 2011, por aquellos días era más común enterarse de todo tipo de temas en internet. Ahora era más común estar expuestos todo el tiempo a un sin fin de información y desinformación, en particular a las teorías de conspiración. Por algún motivo u otro se popularizaron entre algunos del grupo. 


En aquella cena, se escuchaba a Iñigo decir continuamente que esa sería nuestra última cena, porque el nuevo orden se acercaba. Después de unos tragos y unos pipazos hubo una transición hacia una especie de explosividad que ardía en nuestros intestinos. Debates extensos sobre cuál era el motivo de la vida, de trabajar o de estudiar si todo estaba manipulado para hacernos esclavos. Nada tenía sentido porque los illuminatis ya tenían nuestros destinos controlados. Siempre me preguntaba, sí así fuera el caso ¿cómo era posible que fueran tan omnipotentes? La sociedad es impredecible,  no se puede saber con precisión cuál será el siguiente movimiento de la masa. Ideas que circulaban en espiral. Lo último que recuerdo es que mi hermano, quién asistía por primera vez a este evento rascando en costumbre y muy lejos de la tradición, me subió a su carro porque yo estaba muy ebrio y empecé a insultar a Camilo, mientras Camilo, girando en su propio eje por la borrachera, se despedía amablemente con una mentada de madre. Tremenda mala copes.


La tercera cena y la última. El fin del mundo conspiranoico rondaba con mayor fuerza entre nosotros en pleno 2012. Una supuesta predicción antigua mencionaba que en este año todo llegaría a su fin. Este sería el tema que atravesaría gran parte de las conversaciones de esa noche. A la vez, recuerdo, nuevos rostros que se presentaron en la cena, rostros desconocidos. Ya no sólo era nuestro grupo, había adiciones. Se mantuvo el ritual de la primera y segunda cena, aunque con cierta incomodidad en el grupo inicial. En eso llegó ella, la novia de Camilo, una joven algo excéntrica. Nos miró a todos los del grupo inicial y se comenzó a reír. En ese momento, sólo nos quedamos perplejos. 


Esta última cena estoy seguro que fue más larga que las anteriores. Al menos se prolongó hasta altas horas de la noche entre las pláticas conspiranoicas que se hacían presentes, pero no sólo fue eso, pasó algo particularmente insólito y fuera de lo normal. Aunque con estas pláticas que se debatían entre si se acercaba un nuevo orden o no, o qué podíamos entender por este supuesto nuevo orden, jamás llegamos a ningún punto. El único final que veíamos próximo era el de nuestra  juventud despreocupada. Recuerdo que antes de lo más bizarro que vivimos en esos encuentros, junto con Anastasio y Antonio fuimos por un cartón de cervezas. 


Al regresar a casa de Camilo, sólo quedaban los rostros conocidos. Todos en silencio, ensimismados, alumbrados tenuemente y encontrados en un círculo. Me acerqué a una mesa que estaba próxima a dejar las cervezas y Anastasio preguntó qué les había pasado, dónde estaban los demás. Nadie respondía. 


Inmediatamente, se paró la novia de Camilo, se acercó al cartón, abrió una cerveza y la alzó mientras gritaba “Yo soy la anti cristo” un chorro de cerveza caía sobre su pecho, tomó un largo sorbo y lo comenzó a escupir sobre todos. Fue como si un espíritu nos poseyera. Atónitos, todos comenzamos a beber y escupirnos la cerveza y a reír desenfrenadamente. No entendíamos nada, pero aún así lo hacíamos. La novia de Camilo seguía gritando lo mismo hasta que  se comenzó a desnudar frente a todos. Nadie decía nada. Camilo reía. Mientras, Artemia aparecía entre las sombras con la mano derecha agarrando del cuello a una gallina y con la izquierda un cuchillo grande y filoso. 


Anastasio me miró de reojo con una brava expresión de sorpresa. Sin chistar, Laureana se acercó de golpe, arrebató el cuchillo a su hermana y de un tajo degolló a la gallina. La novia de Camilo dejó de gritar y escupir cerveza. En ese momento, aún más perplejos, vimos caer el cuerpo regordete de la gallina y comenzar a retorcerse en el suelo, intentando levantarse mientras un charco de sangre salía de su garganta. Íñigo, tomó ahora la batuta, se acercó al cuerpo chorreante de sangre y comenzó a restregarse el cuerpo de la gallina mientras la sangre del cuello caía en su cara. Camilo agarró la cabeza de la gallina y mordisqueó la cresta. 


Diego se quiso escapar, pero recuerdo que un impulso en mi interior me llevó a teclearlo e inmovilizarlo para que se quedara hasta el final de ese espectáculo. Todos los demás reían y aplaudían. Finalmente, Pancho, en trance, agarraba el cuchillo y alzaba la voz diciendo: Este es el momento, nuestro momento, una nueva hermandad nace de la oscuridad, esta sangre vertida en la hoja oxidada la debemos esparcir para infectar las entrañas de la humanidad, ya sea juntos o por separado, tenemos una misión, hacer que cada cerebro con el que nos topemos se enferme con nuestro pensamiento. Después de esas palabras, todos nos hicimos una rajada en la palma izquierda y la estrechamos entre nosotros. 


Eso recuerdo de la última cena. No sé por qué, pero parece que en ese momento todos hicimos un aparente pacto de sangre. No estoy seguro de que eso haya pasado, aunque ahora que me regresan esos momentos a la cabeza, algo me dice que sin darme cuenta me comprometí a algo oscuro, a una especie de hermandad. Suena descabellado, sinceramente es algún mal viaje o algo por el estilo. No creo que eso realmente haya sucedido. Tendré que contactar a Camilo para aclarar las cosas. No creo que las cosas hayan pasado de esa forma. — Oiga, señor, ¿se encuentra bien? ¿si va a querer sus alitas o no? — Sí, claro. 



Por Raúl Loporte





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