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La soledad no se crea ni se destruye, sólo se transforma

El laberinto de la Soledad de Octavio Paz (1) es un recorrido por los distintos momentos de la historia de los mexicanos, desde la época prehispánica hasta el momento en que se escribe el ensayo en 1950. Estos momentos están entretejidos por un hilo narrativo: la soledad que aqueja al mexicano, una soledad derivada de su orfandad, pero ¿cuál es la orfandad de la que habla Paz? Por una parte, la misma orfandad de padre de la que habla Rulfo en Pedro Páramo, un padre que coloniza pero no cría, que sólo explota los recursos de una tierra y luego abandona. Por otra parte, la orfandad de la madre, aquella cultura nativa que se rinde frente a los españoles, aquella cultura que es colonizada, o chingada, por la conquista.


Octavio Paz sitúa al mexicano en una soledad que no es obvia a primera vista, sino que se ha transformado en diferentes máscaras a través de su historia. El mexicano, que reniega tanto de su origen indígena como de su origen español, vive con un miedo histórico, una decepción pasada, que lo ha hecho cerrarse al mundo exterior, al otro. Pero en una paradoja constante, al mismo tiempo padece esta soledad y anhela desesperadamente su aceptación y la comunión con la otredad. En medio de este laberinto de túneles históricos, haré una pausa en el momento de la revolución mexicana. Aunque sin duda hay muchos factores sociales, económicos, políticos, entre otros, que se suman para desencadenar la revuelta nacional, resulta fascinante el aporte de Paz, con respecto al aspecto mítico que juega la revolución en la psique del mexicano.


El autor propone que la revolución es, para el mexicano, una forma de desgarrarse y salir del encierro en el que se encuentra constreñido. Gracias a ese desgarramiento logra conectar con el tiempo mítico, el illo tempore, ese tiempo cosmogónico donde luchan los héroes y los dioses, un tiempo fundacional. Paz retoma algunos conceptos de Mircea Eliade (2) y los identifica en la revolución mexicana. Menciona que toda revolución viene a ser un ritual donde se busca restituir un tiempo o una condición anterior, una antigua época de oro, donde las cosas estaban en orden, donde se vivía en comunión. En el caso de la revolución mexicana, el eje central es la devolución de la propiedad de las tierras agrícolas a los indígenas. En un sentido mítico esta devolución es también una devolución al tiempo aquel en el que los indígenas vivían bien: al origen.


La revolución es terapéutica para la sociedad mexicana ya que destapa el velo que había cubierto el pasado indígena. Es un momento de reconciliación con ambas partes de su historia. Es, para el mexicano, una oportunidad de participar activamente en el ritual de la fundación, de recrear su nacimiento, de hacer su propia historia y por ende de encontrar su propia voz. En este sentido, estoy de acuerdo con el autor. Aunque no hay que olvidar todos los demás factores que son causas de la revolución, considero que una parte importante de que la revolución haya sido un movimiento de trascendencia nacional y que hasta la fecha siga siendo un evento influyente que ha direccionado la política, el código moral, la investigación social o las aspiraciones del mexicano, tiene que ver con ese componente mítico, utópico, de creencia, casi plegaria religiosa que involucra la revolución mexicana.


Si bien menciona Paz, en la revolución mexicana se le permitió contar al mexicano por primera vez su historia: los villanos, los héroes, los traidores, los vencedores todos eran mexicanos. Fue un reconocimiento de nosotros mismos en nuestros anhelos, esperanzas y realidades. Por ese breve momento histórico, se logra fugar desde el inconsciente colectivo, aprovechándose del ambiente violento y caótico, un atisbo de la verdad sobre quién es el mexicano. Más allá de sus fundadores, quién es por sí mismo. Inevitablemente, después de la revolución, se ha ido perdiendo la intensidad de esa claridad momentánea, acaso por el comportamiento natural del rito. Por ejemplo, la misa tiene una introducción, una preparación que lentamente te conduce al momento del clímax, la comunión. Es sólo un instante que después desaparece y se olvida. Y tiene que ser recordado cada domingo. Ese momento donde la persona logra salir de sí mismo para fundirse con una unidad mayor y trascender en el tiempo, es sólo un momento efímero que debe ser recordado en cada celebración. De igual forma la revolución ha ido perdiendo su fuerza catártica en la noción de mexicanidad.


No obstante que la revolución haya mermado su efecto, sigue todavía siendo creativa su estela. Permanece, aun cuando se haya transformado, el Partido Revolucionario Institucional, o ahora MORENA con un discurso que promete volver a los ideales de aquel primer Partido Nacional Revolucionario. Seguimos festejando nacionalmente el 20 de noviembre, y recreando el rito con festivales, y niños vestidos de charros y niñas vestidas de Adelitas, todos con carretes, rifles y cantando "Yo soy rielera tengo a mi Juan". Suenan todavía los corridos y los patrones rítmicos que marcharon en aquella revolución, mutando poco a poco, mezclándose y ahora con forma de corridos tumbados. La revolución y su efecto de restituir la pertenencia y hacernos olvidar nuestra soledad y orfandad, no fue para nada despreciable.


Pero a más de 100 años de la lucha, definitivamente se ha transformado, se ha alejado cada vez más de ese tiempo mítico, de esa sensación de comunión, regresándonos a nuestra soledad. Corridos tumbados, así se siente: el eco deformado de una marcha perdida en la lejanía. El paso del tiempo nos ha tumbado de vuelta a nuestra soledad. Esta vez, una soledad que ha sido declamada por voz propia mexicana. Antes, podíamos culpar del fracaso de nuestra nación a una España colonizadora, o a Tenochtitlán perdida y derrotada. Hoy después de haber tomado las armas en nuestras manos, de la misma forma como un historiador toma tinta y papel para redactar su autobiografía, no podemos más que reconocer que si hay algún fracaso ha sido por nuestros aciertos o deméritos.


Octavio Paz escribe este ensayo aún bastante cercano a la euforia de la revolución. Con esa misma fuerza residual de comunión mítica, alberga todavía demasiadas esperanzas en una transformación a la milagrosa modernidad por parte del mexicano. Menciona que nuestra soledad es la misma soledad que padece la humanidad y que el mexicano, al reconocerla, se ha convertido en un hombre moderno, cuya problemática ahora es global. Proclama al mexicano un ser de orden mundial con padecimientos globales. Quizá estaba demasiado cegado por el éxtasis de la comunión. Porque aunque todavía hay elementos de la lucha que perduran y siguen moldeando nuestra mexicanidad, la revolución se ha vuelto narración, puro mito sin praxis comprometida, un rito escueto, pero sin potencia. Y cuando un rito pierde potencia, tal vez sea señal de que ya no representa la característica particular del ejecutante. Tal vez, la máscara de la soledad mexicana ha mutado de nuevo.


La modernidad nos atravesó, luego llegó la posmodernidad. Algunos autores (3) ven en Paz las primeras nociones decoloniales, los primeros cuestionamientos a una modernidad que tenía en el olvido la perspectiva indígena. Otros autores (4) le reclaman su ideología indigenista que exotiza y estereotipa a los pueblos originarios, o su visión homogeneizante de la historia que busca describir todas las realidades mexicanas dentro de una sola perspectiva y que desde su postura intelectual modela y organiza la realidad. Sea como sea, los fantasmas de la revolución cada vez se pervierten más de capitalismo, globalización, enajenación y digitalismo. Tal vez Paz aún estaba demasiado cerca y su discurso no podía prever los años venideros. Tenía fé en que el mexicano se convertiría en ciudadano del mundo abrazando la modernidad. Sin embargo, ahora también podemos aventurarnos a decir que estas ideas pudieran ser una forma de colonización del pensamiento: esperar ser, por fin, iguales al europeo. Quizá esta línea de pensamiento es lo que, al final, termina orillando al mexicano a aparentar ser de una forma que no es, que no ha sido y que muy probablemente nunca será, perpetuando el negarse a sí mismo. Es posible que doctrinas como esta sean lo que limita actualmente el establecimiento de un proyecto propio de ser y de nación. Una nación fuera de los cánones europeos o estadounidenses. Una nación, ahora sí, decolonial (5).


¿Qué pasa después del Laberinto de la Soledad? ¿Quiénes son ahora los mexicanos? ¿Efectivamente perdimos la mexicanidad para ganar identificarnos como humanidad moderna? ¿Podemos decir que nuestro vacío existencial se puede entender desligado de la colonización? ¿Hablar sólo del carácter mítico de la revolución no invisibiliza las vivencias indígenas? ¿Realmente la modernidad mexicana o la posmodernidad mexicana es igual a la posmodernidad europea o estadounidense? ¿La globalización material o económica es también una globalización ontológica? ¿Es el narcoestado una evolución ligada a esos fantasmas o a ese mito de la revolución?


Finalmente, lo que sí reconozco del Laberinto de la Soledad es que persiste en nutrirnos de dudas y reflexiones sobre lo que significa ser mexicana. Nuestra soledad sigue ahí, pero tal vez se ha agrandado el laberinto en el cual reside, y seguimos sin llegar al centro para enfrentar al minotauro. Seguimos en el deambular, pero a nosotros Ariadna nos mandó sin hilo y caminamos perdidos entre el recuerdo distorsionado del pasado, la incomprensión del presente y la promesa del futuro. Tal vez necesitamos la parte dos de este libro o como sugiere, Mauricio Zabalgoitia Herrera, acercarnos a autoras como Carmen Boullosa, cuya narrativa parece responder algunas inquietudes o incomodidades que quedan pendientes en el Laberinto.


Por Vivian Álvarez




Bibliografía


  1. Paz, O. (1998). El laberinto de la soledad. México, DF: Fondo de cultura económica.

  2. Eliade, M., & de Castro, J. M. L. (1999). Historia de las creencias y de las ideas religiosas (Vol. 2). Barcelona: Paidós.

  3. Rodríguez Ledesma, X. (2020). Poesía y otredad: de la crítica a la modernidad como génesis de las teorías decoloniales. Araucaria, 22(43). Recuperado a partir de https://revistascientificas.us.es/index.php/araucaria/article/view/11824

  4. Herrera, M.Z. (2012). Enunciación de estereotipos de la mexicanidad en El laberinto de la soledad y su relectura en la obra de Carmen Boullosa. Hispanófila 165, 101-115. doi:10.1353/hsf.2012.0017.

  5. Quijano, A. (1999). Colonialidad Del Poder, Cultura Y Conocimiento En América Latina. Dispositio, 24(51), 137–148. http://www.jstor.org/stable/41491587



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