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La pipa de Rabel

Fue en uno de los sótanos que están debajo del Gran Bazar donde compré tan especial pipa. Para ser un lugar de bastante confianza, resultaba sorprendente y seductor que casi nadie supiera algo de esa pieza, pero, por su valor, dejaba en claro que no se trataba de cualquier objeto de colección. Aquella rareza costaba más que los milenarios brazaletes anatolios de oro en forma de alacrán. De Ródano-Alpes, una sola pieza tallada en madera, con el nombre Xilief en el caño, veinte centímetros de largo, fechada del siglo XVIII y acompañada de una caja con forro morado. El moderador de la subasta explicaba que el valor excesivo de la pieza, rescatada de la colección de la difunta artista Rabel, se debía a la rareza de su descubrimiento, pues esta se encontraba escondida en un orificio de la pared del armario de la difunta, cubierto por un espejo de cuerpo completo. Era el secreto mayor guardado dentro de su privacidad. Esa era la única información disponible.


Esperé a llegar a casa para estar solo y ver desde lo alto la bocanada de mis pensamientos. Aquel balcón era mi lugar preferido para fumar, el humo siempre se perdía entre el viento y las luces de la urbe. Abrí la caja para inspeccionarla, había algo en el forro morado que me resultaba bastante atractivo, tentando me percaté de un lado falso abajo de la bisagra. Me decidí por quitar el forro para ver qué podría encontrar. A mi sorpresa, había un pequeño rollo de canela cubierto de ambos extremos por un pedazo de tela. El pequeño tubo sonaba como un palo de lluvia. Con mucha delicadeza descubrí un extremo, incliné la canela sobre un libro dejando caer un polvo negro. Me quedé contemplándolo, olía a tierra húmeda, me hacía bastantes preguntas, no sé si hablaba solo o dialogaba con él. La pipa parecía contemplarnos, nos preguntaba —¿Se van a estar mirando todo el día?—mis manos comenzaban a sudar, la pipa continuaba —si quieren platicar, yo puedo ser su intérprete—. Aún lo tenía que pensar.


Estaba en silencio, veía una danza de Rabel para poder entenderla, ¿qué podrían revelar sus movimientos de aquel secreto?: su espalda se curvaba, sus manos acariciaban al aire, sus ojos miraban al cielo, sus pies siseaban el suelo. Volteé a mi izquierda y la pipa junto con el polvo me observaban. Me serví agua y fui al balcón, las luces de la ciudad parpadeaban y de las estrellas no había ningún rastro. Continué viendo la danza hasta que terminó.


Me senté en posición de mariposa, llené la pipa dejando lo suficiente para una segunda dosis, la acerqué a mi boca, prendí el encendedor y aspiré profundamente. Mis hombros se durmieron, mis párpados eran pesados. En mi oscuridad, una serpiente negra de puntos dorados ascendía desde mi estómago hasta salir por la boca. Mi corazón comenzaba a palpitar como si de un redoble se tratara. Abrí los ojos y me vi diseccionado en un sinfín de capas, salía de mi cuerpo y los sonidos se quedaban ahí varados junto a mis orejas. En un momento de pánico mi corazón se detuvo; dejé de ser. Me reintegré y ella estaba ahí enfrente de mí, con sus manos muertas me arrebató la pipa y desapareció.


Por Tsamaxan Reyes



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