Eran las ocho de la madrugada y el despertador comenzaba con sus graznidos rasposos. –Unos minutos más– reclamaba Vladimira, mientras se aferraba a su colcha y giraba su cuerpo grumoso para darle la espalda en rebelión al gendarme del tiempo. Los minutos la condenaron al resonar el despertador. A Vladimira sólo le quedaba tiempo para salir desnuda de su casa y dirigirse a su empleo, a no más de cuatro cuadras de su apartamento, en una dependencia de su delegación. Despertó astutamente con los ojos respingados al notar que tenía el tiempo encima, aún así decidió bañarse; tranquilamente se levantó de su colchón desvalijado y se dirigió al baño. Se deshizo de su pijama de rayas, la arrojó sobre la taza del retrete, se acercó a la regadera y le giró a la perilla del agua caliente. Esperó y esperó hasta que el agua obtuvo la temperatura de su agrado. Mientras se bañaba recordó que hoy comenzaba una nueva telenovela y en ella saldría uno de los actores más guapetones del momento. Se derretía por dentro sólo de pensar en su sofá y lo que le esperaba en la noche. Sonrió coquetonamente y siguió duchándose.
Al terminar, se puso lo primero que encontró. Una blusa colorida que le hacía pensar que podía ocultar sus grandes y enredadas curvas, después un pantalón aflojado para que no le cortara la circulación a sus hermosas lonjas. Por último, antes de salir de su desordenado apartamento agarró una chamarra de color café desgastado. La temperatura andaba por los suelos y no quería agarrar un resfriado.
Ya en la calle rumbo a su trabajo le comenzaron a crujir las gruesas tripas que por poco saldrían rebotadas al exterior de su estómago, para reclamarle frente a frente la urgencia con que debía atragantarlas y consentirlas. Se acordó que en la base de micros que está a la mitad del camino rumbo a su trabajo, se encuentra su amiga Doña Gertrudis vendiendo tamales junto con las respectivas guajolotas. Se le hizo agua la boca al acordarse; su rostro se convirtió en un río con aguas salvajes, al punto que se vio en la necesidad de acelerar su paso. Al llegar a la parada que se encontraba atiborrada de sujetos en trajes de pingüino y bellas musas con ojeras diabólicas lo primero que sus ojos intentaron localizar fue a Doña Gertrudis. Mares de gente se atravesaban frente a sus pupilas hasta que una mano se alzó sobre el aire en señal de un amable saludo. La alegría recorrió el estómago de Vladimira, la excitación se apoderó de su boca y al estar frente a su amiga le pidió dos guajolotas de verde para llevar al momento que le comentaba sobre su retraso para llegar al trabajo. También le preguntó sobre el sabor de los atoles que lujosamente exhibía.
–Tengo de chocolate, de arroz con leche, de cajeta y de fresa, ¿Cuál te voy a dar manita?
–Mana, dame uno de chocolate y otro de cajeta, pero el de cajeta mejor guárdamelo para al rato que regrese del trabajo y lo disfrute viendo la telenovela. En cuanto salga paso por él a tu casa.
–¡Ah sí!, que hoy empieza la telenovela, ese Trujillo es todo un papirrín. Qué bueno que me acordaste mi Vladis. Oye, ¿No te gustaría ver la novela en mi casa?
– Emm, no sé si pueda quedarme mucho tiempo. Quedé de llamar a mi madrecita antes de que comenzara la novela.
–Ya ni modo, aún así te espero en la noche para darte tu atole.
Doña Gertrudis se encargó de acomodar sutilmente el pedido de su amiga en una bolsa pequeña de plástico transparente, para que reluciera el manjar pronto a desaparecer. Vladimira recibió las dos guajolotas junto con una amable sonrisa de su amiga. Se comprometieron a verse en la noche para contarse las buenas nuevas antes de que empezara su telenovela.
Vladimira retomó el camino que la lleva a su trabajo, revisó su reloj de pulsera y se percató de que llevaba encima diez minutos de retraso. Le quedaba por recorrer la última cuadra y cruzar la avenida que al año se encargaba de sumar al menos unas veinte personas a la lista de occisos. Pensó que en cinco minutos podría hacer el último esfuerzo del recorrido bestial y llegar con un retraso de quince, tiempo comúnmente aceptado. De nuevo aceleró el paso; sus pantorrillas comenzaban a arder y su espíritu se sumía en un estira y afloja. A pesar del esfuerzo terminó con veinte minutos de retraso. No quiso arriesgar su vida en una avenida acostumbrada al correr de la sangre. Y mucho menos porque ese día se estrenaría la telenovela donde saldría Trujillo, el único hombre que deleitaba su corazón y sabía pronunciar las palabras exactas para consentirla.
Entró con pesadez en el edificio que resguardaba la burocracia gubernamental. A pesar de que el clima fuera casi invernal con el cielo despejado y azulado, dentro del edificio se sentía un clima abrumador envuelto en capas grisáceas y escasa iluminación. Vladimira, como es costumbre, saludó a todos sus compañeros y cada uno respondió mecánica pero cordialmente. En apariencia no existía ningún roce entre los empleados, todos ostentaban una sonrisa burlesca; sin embargo lo que en verdad ocurría era la puesta en escena de un circo de máscaras. Aquellos que llevaban más años en la burocracia y además pertenecían al sindicato, como en el caso de Vladimira que tenía veinte años trabajando y dieciocho perteneciendo al sindicato, estaban acostumbrados a ese tipo de trato, con el cual era posible convivir y hasta trabajar. Sólo bastaba con ocupar una silla y sentarse detrás del primer escritorio que se encontrara desocupado. En el caso de los trabajadores sindicalizados, estos contaban con su propio escritorio.
Vladimira tomó el asiento que le correspondía y se percató de que su jefe no se encontraba en la oficina, aún así le había dejado encargados unos pendientes que consistían en redactar cuatro oficios para el delegado. Teniendo en cuenta que su horario era de seis horas, que entraba a las diez de la mañana y salía a las cuatro de la tarde, administró su tiempo para que la realización de los pendientes ocuparan todo su horario laboral. Realmente existía un formato preestablecido para ese tipo de oficios en los cuales lo único que se tenía que hacer era cambiar el nombre de a quién se iba a dirigir y la fecha, sin embargo, Vladimira era consciente que esa sería su única tarea en todo el día, por lo tanto no podía realizarla de forma acelerada. Sus tantos años de experiencia, le dieron la capacidad de poder abstraerse durante horas seguidas, prestando atención al vacío o contado las motitas de pelusas que flotaban a su alrededor. Aunque de igual forma había adquirido la habilidad de buena conversadora; estaba al tanto de los chismes de la farándula televisiva, o se sabía uno que otro chisme de los delegados de administraciones pasadas, principalmente sobre sus amoríos turbios.
Segura de si misma comenzó con el primer oficio, lo terminó en menos de dos minutos e inmediatamente se puso a contar las partículas de polvo que la rodeaban. Después se acercó con una compañera del trabajo (casi se consideraban amigas) y generalmente entre ellas se ponían a contar todo sobre la vida de cada uno de sus compañeros de trabajo. Nada se les escapaba. Entre ellas podían estar hablando hasta diez horas seguidas.
En las primeras cuatro horas, Vladimira realizó tres oficios, mientras intercalaba las conversaciones con su compañera o sus lapsos de abstracción profunda. El último de los oficios lo dejó para cuando le quedaran diez minutos para su salida. Al dar las cuatro de la tarde, en punto, recogió su chamarra y salió disparada. Pasó a la fondita de Doña Chela, que se encontraba pegadita a las oficinas de la dependencia en la que trabajaba y ahí pidió la orden del día y dos litros de agua de jamaica. Al terminar de comer, se acordó que había dejado encargado un atole a su amiga Doña Gertrudis.
Lo único que realmente le agradaba de ir con Doña Gertrudis era que siempre se enteraba de sus intimidades, de su vida sexual fracasada o de sus hijos reclusos; además de las dos o tres horas de reproche tras reproche, por parte de Doña Gertrudis, sobre sus clientes o la escasez de dinero. De vez en cuando, Vladimira obtenía, de forma benevolente, un atole o un tamal como recompensa por sus opiniones sensatas y amistosas. Total, se dirigió alegremente hacia la casa de su amiga, la cual se encuentra en la misma cuadra en la que está su apartamento. Al llegar tocó el timbre y salió un niño de unos diez años, es el nieto de Doña Gertrudis.
–¿Se encuentra tu abuelita?
–¿Quién la busca?
–Dile que soy su comadre –. El niño se metió corriendo a su casa y pronunció un fuerte grito: –¡Abuelita! Te busca tu comadre.
–Gracias Toñito, dile que en un momento salgo, que estoy calentando su atole. –Dice que ahorita viene que está calentando su comida.
–Gracias muchachito–. Gertrudis sonrió y al mismo tiempo pensaba: “Tan atento… ojalá que cuando crezca no sea como su padre”. Y mientras meditaba sobre las causas que podrían terminar seduciendo a Toñito para que eligiera el camino de la delincuencia y agravio con mano armada a negocios locales, fue interrumpida por el dulce olor de cajeta que se desprendía del atole llevado en un envase de yogurt de litro y medio.
–¡Comadre! ¿Cómo está? Pensé que ya no vendría.
–Para nada. Cuénteme, ¿Cómo ha estado?
–Pues te diré, la vendimia cada vez anda de mal en peor, desde que enfrente de mi puestecito de tamales se pusieron unos gandallas que venden gorditas y jugos de naranja, pero bueno al menos tengo para el taco. También hace unos días pasé un susto que casi terminaba en infarto. Todo por el baboso de mi hijo que está en el reclusorio, por momentos pensé que estaba muerto, y nomás de mirar al pobre de Toñito y pensar que tarde o temprano debía darle una noticia tan terrible, me rompía el corazón. Afortunadamente sólo fueron unas cuantas cortaditas las que sufrió en su vientre durante una riña. ¡Pero, qué susto me dio!
–Qué situación tan grave la de su hijo. A mi lo que me preocupa es su nieto comadre. Espero que no quiera terminar siendo como su padre.
–Esperemos que no sea así.
–Bueno comadre, pues muchas gracias por el atole. ¿Cuánto le debo?
–¡Cómo crees comadre! No debe nada, así déjalo, mejor vaya y disfrútelo ahorita que está calientito y falta poco para que empiece la novela. Mañana nos vemos para platicar sobre el guapetón de Trujillo.
–Muchas gracias, mañana nos vemos. Que esté bien.
Vladimira muy alegre, casi saltarina y derritiéndose por dentro se alejó poco a poco de la casa de su amiga. Ya quería que empezara la telenovela, puesto que tenía grandes planes para disfrutar del episodio de estreno. Abrió la puerta de su apartamento, aventó su chamarra en una de las sillas de su comedor desgastado y carcomido por las termitas, se acercó al sillón reclinable que tenía enfrente del televisor, cogió el control y prendió la pantalla de la lujuria. La prendió en el momento exacto, Trujillo se encontraba con el torso desnudo y mirando hacia donde se encontraba Vladimira. Las piernas le temblaron y cayó rendida de espaldas en su sillón. Comenzó a bajarse los pantalones, después el paracaídas que traía como calzón, sumergió su dedo índice en el atole y comenzó a frotar su coño con toda la dulzura que el atole le proporcionaba. La proyección del orgasmo fue instantánea. Al terminar, supo que mientras durara la telenovela sus días serían una delicia.
Por Raúl Loporté
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