Suena la alarma del celular, alcanza con una de sus patas la máquina infernal y añade otros quince minutos de sueño. Vuelve a sonar con un chifladero en la bocina, recorre su hocico con sus patas, las lengüetea para sentirlas con mayor suavidad y procede finalmente a poner fin a las entonaciones malditas que aluden al obligado deber. Se pone sobre sus cuatro patas peludas y procede a iniciar su jornada — nada fuera de lo común—; se baña, se acicala, se pone sus ropas para el trabajo y sale al bullicio plateado.
Ya en el camino lejos de casa y, aún lejos del trabajo, se percata que olvidó nuevamente una actividad, al parecer no tan sustancial, no recuerda con seguridad qué fue, así que lo da por hecho. Mientras, se encuentra librando una batalla entre el bullicio, el sudor y el olor a culo, nada importa más que librarla y llegar al destino con cada una de sus cuatro patas y su hocico intacto de olores férreos. La absorción in-animal de la urbe. Nada perdura y todo se olvida con aparente facilidad. En su apartamento, algo comienza a inquietarse, se encuentra con facilidad que es un espacio amplio, con una sala de estar bien amueblada, algunas distracciones para el entretenimiento; justo detrás de este espacio se encuentra una linda cocina con una cantina y varias botellas de licor además de un cenicero con un puro a medias. Hay un pasillo que conduce a tres cuartos en uno de ellos está su estudio, lleno de libros que van desde la Historia de Dogtler hasta libros de comedia como el de ”Las aventuras cachondas en la perrera Elain”, al parecer nuestro compañero era un ávido lector y también disfrutaba de ser aficionado a la pintura.
Otro de los cuartos es donde duerme, cuenta con un gran televisor y también con una gran cama y cobijas de seda, seguramente por la temporada de calor. Aquello que comenzaba a inquietarse se encuentra en el tercer cuarto, seguramente algún tipo de mascota. Si nos acercamos un poco más lo podemos ver, escuchar y oler. Huele a madres, se ve mugroso, como si no se hubiera bañado en más de tres meses, se puede uno percatar en su piel, al parecer es un animal alopécico, con muy pocos pelos en lo que parece ser su rostro y en sus partes para procrear, es macho, ya que parece un pene la cosa rosada que trae colgando, su piel está llena de lodo y tiene moscas rondando su trasero. Parece recitar algún tipo de eructos o algo por el estilo, no tiene ningún sentido además de que es muy agudo el sonido y no sólo eso, es molesto; aunque por el color de su boca, que está a nada de llegar a un tono blanquizco seguramente se está muriendo de sed y de hambre, ya que las costillas están a nada de traspasar la piel.
Es un humano, una de esas mascotas que se pusieron de moda en la última década, está a nada de dar su último suspiro. Probablemente alimentar a este humano, en algo tenía que ver con la tarea que se le había olvidado al apuradísimo perro que tenía que llegar al trabajo y que se encontraba librando una beligerancia citadina. Quizá sea mejor que muera este absurdo humano en vez de que siga causando pestes. En estos tiempos una mascota así suele ser muy conflictiva por todos los cuidados requeridos, se ha vuelto una excentricidad, cruzarlos y generar nuevas especies, cada vez más modificadas, extrañas y difíciles de tratar. A veces las condiciones del mundo animal no suelen ser las más adecuadas para estos humanos mascotas.
Uno se puede dar cuenta de esta dificultad, ya que nuevamente regresa el perro trabajador después de una larga jornada laboral a su casa, a su cómoda casa, se recuesta en su sala, pone música, sólo quiere distraerse y relajarse, olvidar el mundo laboral por unos instantes para después darse un regaderazo y finalmente acostarse. Al entrar en su cama y tocar el quinto sueño surgen imágenes de un humano queriendo generar algún tipo de aullido o algo por el estilo, despierta desorbitado y recuerda a su mascota “Billy”, va al cuarto donde se encuentra y lo ve echado con moscas en el hocico, las larvas comienzan a hacer su trabajo. Regresa a su cama y piensa —en la mañana lo tendré que echar al camión de la basura—.
Por Raúl Loporté
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