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El último grito (Homenaje)

Para leer lo que aquí les comparto, recomiendo primero busquen un espacio tranquilo para que lo hagan en las condiciones más placenteras, según su definición de placer. Seguro la lectura no les quitará más de cinco minutos. Para prevenirles, desde una narración en apariencia ficticia y juvenil se asoma un señalamiento veraz e inquieto, que se trasciende a sí mismo para eclosionar en la antesala del bajo mundo que con matices lúgubres se presenta sobre nosotros y nos muestra que la única salida se encuentra en nuestras entrañas.


Hace ya una década, en el centro del antiguo DFectuoso convocado, así como a otras y otros, por el compañero Fernando Uranga, asistí a una reunión universitaria con semi desconocidos que frecuentaba en los pasillos de la universidad. Me recuerdo en un tipo bar-pulquería, sentados tomando cerveza y esperando la llegada de algunos más que jamás llegaron, pero que, sin saberlo en ese entonces, estaban rondando las calles.


Después de unos cuantos tragos, Uranga sacó de su mochila unas hojas de papel poco maltratadas de las que pronunció palabras que entretejieron aquella parranda con inquietudes pseudo intelectuales, señalando a una generación que en particular se mantiene erguida en la miseria y que le cuesta reconocerse. En ese lapso en el que las palabras se deslizaban contra nuestros tímpanos, sin apreciarlo, como en forma de capullo una hermandad liquida surgió, una secta dispersa e injuriosa que desde sus entrañas hace eco gritando: ¡Implosión!


Llenos de injuria platicamos un poco de todo y de nada, recuerdo que en las manos Fernando llevaba un par de libros destacando entre ellos Los Detectives Salvajes de Bolaño. Una novela que de fondo narraba la vida infrarrealista, una inquietud generacional que reconoció la poesía de lo vulgar. Algo de esa vulgaridad estuvo presente en los cimientos de nuestra materia gris y de ella lo que exprimimos nos llevó a que la noche fuera una experiencia de literatura nociva. Rondamos las calles mientras orinábamos en sus sendas de asfalto precarizado. Un poco de riego para que florezcan las cucarachas. Finalmente concluimos en otro bar. Un cartón, un muffin, lectura perdida. Once, doce y cada quien de regreso hacia la normalidad enclaustrada en su brillosa monotonía tejida con precaución.


Después de esa espasmódica reunión rondó en mí, y hasta la fecha, una asociación infinita de ideas asociadas con una ruptura interna y crujiente de la percepción. Palabras, imaginaciones, pesadillas y balbuceos que disparan en los órganos absortos de la universalidad o la localidad, que retumban al roce de la peste, ensordecen las suturas que sostienen una vida incierta donde el vicio, la infelicidad y la inmediatez son la cura suicida de lo “errorífico”. Las palabras leídas aquella tarde-noche por Uranga mientras bebíamos unas buenas kahuamas conscientemente figuraron un arma que se irguió y se detonó contra la falsedad que nos rodea, que gira una y otra vez, dispara, hasta llegar a un punto culminante.


Sus palabras dieron fe de algo quizá inédito. Jamás existió una masa social crítica tan lúgubre, llena de conocimientos, ansiosa de salir y romper aquello que se identifica a sí mismo como irrompible, pero atada contra los fracasos de la igualdad de oportunidades. Un discurso que se oculta tras la espalda de la meritocracia y nos envuelve con su manto para que aceptemos apoyar nuestro pie sobre la boca de un semejante y subir a la punta descarnada del éxito fugaz. Estas condiciones discursivas dan lugar a las palabras implosivas. Palabras que invitan a seguir con la mentira que ya no duele, alimenta; seguir con la locura consumista que nos hace insensibles al punto de tragarnos nuestra mierda para sentir placer. >Nos invita a seguir. Sí, sigamos absortos y danzantes con los conocimientos que nos hipnotizan para ser armas sexuales y violentas que corren a la desesperación para encontrar un sentido en constante riesgo. Sigamos con todo ese vómito que sólo alimenta la riqueza del entusiasmo implosivo.


No hay nada innovador, los dulces venenos de la vida ya se encuentran en ciernes desde hace más de una década, no hay necesidad de organización discreta o infame, ya que así lo ameritan nuestras situaciones de in-vida, de salvajismo pedestre que se pinta de fascinaciones disfrazadas de glamour. Ahora les pregunto, cuántos hay afuera que sienten que todo se ha ido al carajo, que trabajan con la desesperación, que se tragan su coraje y lo despedazan en tragos y palabras crocantes, que apuestan por la incertidumbre en vez de hundir su carne en el ciclo del aburrimiento, de la muerte en vida, cuántos hay que deciden matarse y al mismo tiempo revivir encontrando fugas para asesinar aquello que los ha querido dominar y los domina en tiempo presente.


Con lo anterior, llegue a entender que ser implosivo no depende de una organización de cafés o galerías, depende de un desprendimiento desde la singularidad que no teme al aislamiento para su auto reconocimiento, para reconocerse a sí mismo dentro de una vorágine que juega con su pellejo, pero que se sabe dentro de un conjunto sin necesidad de estarlo. Se reconoce como parte de algo que no necesita decir para colaborar, sólo lo hace, porque así lo dictan sus intestinos palpitantes. 


Sí crees estar a un microsegundo de una explosión interna, te sugiero continuar con el siguiente manifiesto. Me atrevo a invitarte a que seas parte de aquel momento en el que las palabras se ajustaron por un segundo a lo que en verdad se encuentra en juego. Un texto que te invita, sin necesitarlo, a ser parte de club de los suicidas que implosionan. Por otro lado, si nada de lo dicho te hace sentido sólo es cuestión de tiempo, resguarda, tu momento ya llegará. Mientras tanto, no pierdes nada en leer lo que sigue:

 

Manifiesto Implosivo

I

Desde la inclemente oscuridad que nos cubre, desde las calles sin nombre, desde la métrica arbitraria; desde los bares demenciales, desde el clítoris de la libertad femenina, desde los celulares sin crédito ni internet, desde los vagones del metro a las seis de la tarde se propagará una voz donde estará contenido nuestro mensaje de fuego e inextinguible. Y qué mejor manera de dar un mensaje subversivo que con un poema discordante, sin rima, en prosa, sin métrica ni musicalidad.  Hacemos manifiesta nuestra presencia en este poema siniestro que sale de los más lacerantes y vivos corazones. Es un mensaje explosivo, una bomba que reventará dentro de nosotros. Y se detonará con el roce de nuestras palabras, con la violenta fricción de los besos, con el fuego de las agitadoras pieles lascivas.

II

No dejaremos que la literatura latinoamericana tenga como referente a princesitas de una Polonia lejana, a ídolos moribundos, a sus eternos decadentes o su estructura de suavidades y pétalos. ¡Que se mueran las rosas, nosotros seremos el tallo vivo que clava sus espinas, que la dulzura no nos cubra, nosotros queremos amor desnudo y sin vergüenza!

III

Haremos de la literatura una enfermedad de transmisión sexual, una enfermedad contagiada por sucumbir ante el deseo. Inocularemos la sangre con vidas de terror. Padeceremos la enfermedad que nos matará en la eternidad. La poesía será una amenaza mundial a la salud. Nuestras páginas serán el alcohol barato que beben los empedernidos y los soñadores, la droga que quita el sueño, las pastillas sin patente. En última instancia nuestra meta se cumplirá cuando la poesía sea enfermedad crónica-degenerativa.  Y que se funden, a partir de nuestra deliberada locura, centros de rehabilitación. Inspírense en nuestro caso para crearlos y también experimenten su inminente fracaso: nadie se curará de la poesía, ni se rehabilitará de nuestras palabras, ni controlará las consecuencias de nuestras líneas

IV

Las mentes abiertas se derramarán, los estilos dulces se retorcerán. La humedad pegajosa será nuestro sudor inaudito. Griten, corran, cojan, cojan otra vez. Sentimientos artísticos se encontrarán en las esquinas sin postes de luz. Las corrientes artísticas chocarán con nuestro tronco estoico. Sepan todos que los implosivos darán segunda muerte a los muertos.

V

Nuestras armas punzocortantes son la Indecencia, la subversión, la mutación, el desenfreno, la maldición, el insulto. Generen inspiración del asco ante los logros de los que se arrastran ante las eminencias. Superponemos las vidas destinadas al caos como máximo punto de creación. Las experiencias y acciones se correrán en los hoteles sin estrellas, en las casas mal amuebladas, en las fiestas sin organizar.

VI

¿Cuál será nuestra estética? ¿Cuál será nuestro estilo? Exhortamos a escribir de la chingada, a chingarnos a otros, a crear un sistema filosófico-conceptual para chingar. Invitamos a los artistas conscientes a crear una estética del error. Errores desgarradores pero magmáticos, errores de los errores. Poetas malditos, escritores marginados, artistas de las penumbras, subversivos inexplicables, perdidos de la vida, incorregibles de la rebeldía, vengan a cometer el más brillante error de su vida: implosionar.


Por Fernando Uranga


Dulces palabras que se escribieron con la mayor esperanza de jamás ser escuchadas. Si alcanzaron a recorrer en ti un cariño o inclinación hacia la estupefaciencia entonces ya eres parte sin necesidad de buscarlo, ha llegado a ti, ahora es momento de estallar. Ya sea con literatura, arte, música, pero por qué no ir más lejos, hagamos de la vida social una experiencia implosiva.


Reventemos lo que se posa ante nosotros como estampa de lo normal. No veas tu trabajo como lo que tienes que hacer rutinariamente, sino como una oportunidad para develar desde el aburrimiento un nuevo páramo a dilucidar en tu vida. No veas a la persona pidiendo limosna como alguien sin recursos, sino como la astucia para jugar con las apariencias frente a un mundo que no le muestra caminos de salvación.  No veas la niñez como ingenuidad, ni al amor como un dolor insano y perpetuo. No escuches corridos tumbados como si fuera algo sin talento, sino como la capacidad de abstraer a un conjunto de personas y prefigurar en ellas un desenlace de continua implosión.


Sea cual sea tu condición, además de tus inclinaciones ya sea artísticas o no, la mirada implosiva es un medio, un canal para montar diferentes puntos de fuga que poco a poco den forma a una nueva perspectiva que ronde entre nosotros de manera sigilosa, pero contundente. Recordando siempre que partimos del olvido asegurado, de condiciones imprevisibles y ante la desgracia, como bien señala el manifiesto: “Superponemos las vidas destinadas al caos como máximo punto de creación.” Si crees que ya no hay solución a nada, entonces es porque seguro esa sea la solución. Si da o no da lo mismo, y si has llegado hasta estas líneas, no importa lo que pienses al respecto, simplemente continúa tu trayecto hasta que la implosión se apodere de tus sentidos. Eso sí, no estás solo, siempre habrá alguien al filo de la desesperación y con la sutileza de apreciar el caos como signo de creación indecorosa.


Sólo fue un sueño o un recuerdo borroso, sin embargo, después de aquella tarde, tarde- noche y noche, en lo único en lo que creo es en la miseria humana como máxima expresión de la vida, digna de ser recuperada, desgajada, deconstruida y convertida en una apreciación social y artística.


Sin más qué añadir, me despido: ¡Implosión!


Por Raúl Loporte



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