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El triunfo

Actualizado: 4 jul 2023

Se encontraba chismeando con sus demás compañeros de trabajo y también haciendo mofas del jefe; burla tras burla, sobre todo de su necedad por terminar el trabajo, como si su vida dependiera de ello y muchas veces a expensas de los demás empleados y de sus escasos tiempos libres. Dentro de la oficina, estos momentos de juerga eran los más cómodos, entre risas podían rebelarse contra la autoridad, era su mayor escape. Desgraciadamente, en esta ocasión, entre las risas y los cuchicheos se alcanzó a divisar una voz reconocida: “A ver Guillermino, ven, necesito que me sigas”. Los colores se esfumaron de la cara de Guillermino, sólo alcanzó a voltear para ver el rostro de su jefe que dibujaba una mueca de desconcierto. Esta vez metí la pata, se dijo a sí mismo, mientras se preguntaba, ¿Qué carajos necesitará este hombre tan jodón?


Ándale Guillermino, subamos por las escaleras eléctricas, debemos ir hasta el último piso de la compañía. Es preciso que te muestre algo sobre este trabajo. Guillermino pensó, ¿más trabajo? Genial, lo que necesitaba, malditos compañeros, cómo fue que no me avisaron que el jefe se encontraba a mis espaldas mientras me burlaba de él, seguro se quieren deshacer de mí; esos malditos. Jamás había subido tanto en esta compañía, regularmente me quedaba en el segundo piso al que pertenecía. Con que ser el jefe te hace tocar el cielo en estos edificios ridículamente enormes.


El jefe observaba sigilosamente a Guillermino, notaba el asombro en su cara, seguro que jamás había subido tanto en este edificio. Se llevará una gran sorpresa con lo que le mostraré. Hemos llegado y como te darás cuenta estamos en el último piso. Te debo decir que es un lugar privilegiado, somos pocos los que tenemos acceso y el día de hoy tendrás la oportunidad de acercarte a lo inimaginable. Jefe, comentó Gullermino, no sé si sea merecedor de este gran privilegio, de hecho me quería discul… No digas más Guillermino. Entiendo que no siempre las cosas son como uno quisiera.


Se acercaron de par en par a una puerta que medía más de tres metros de alto, era de metal y no tenía ningún tipo de cerradura, aunque justo en medio contaba con un sensor para leer cierto tipo de tarjetas. Antes de entrar había un cuaderno de registro totalmente en blanco, al cual el jefe le dijo a Guillermino que no se apuntara. Era majestuosa la forma en cómo se presentaba esa puerta ante ojos tan mortales como los de Guillermino, sin embargo su jefe la veía como cualquier cosa. Del bolsillo que se acomodaba en la parte superior izquierda de su camisa, sacó una especie de credencial dorada y la posó por un segundo en el sensor de la puerta, esta se abrió en automático y al abrirse se dejó ver un largo pasillo el cual a su vez se fue alumbrando poco a poco.


Ven Guillermino, demos un paseo por el pasillo élite de la compañía. Al dar los primeros pasos, la gran luminosidad se comenzó a opacar, dejando ver que las grandes paredes, no eran para nada blancas, sino que estaban mohosas, descarapeladas y llenas de extraños graffitis. A su vez, se divisaban una serie de puertas en extremo juntas, así iban una tras otra y todas de color rojo, seguro habían más de cien. Continuaron caminando, hasta que llegaron a la mitad del pasillo. En ese preciso momento, el jefe paró en seco y le dijo tajantemente a Guillermino: es aquí.


Sacó un gran juego de llaves y, entre el ciento de este, se asomó una que era totalmente de color negro. Estas puertas sí contaban con chapas, no como la de la entrada principal, aunque unas bastante descuidadas. El jefe insertó la llave, giró hasta que una nueva puerta se abrió. Guillermino quedó anonadado, ante él estaba el cuarto más bizarro que jamás había visto en su vida, no podía definir con claridad si era una oficina, un baño, un cuarto diminuto para dormir o un almacén para los productos de limpieza. Volteo poco a poco para observar al jefe y solo vio como entraba y se acomodaba en el piso del cuarto, ni un colchón tenía. Prendía un cigarrillo y posteriormente lo dejaba descansar en el cenicero de cristal fijado a su lado, por cierto, un cenicero con un tamaño poco convencional, ligeramente grande y atiborrado de cenizas y colillas. Eres bienvenido a mi oficina Guillermino, esta es mi oficina y también es mi hogar, como puedes ver esta es mi vida; no hay más. Quizá todas esas burlas no son tan descabelladas…quisiera recordar el momento en el que me terminé decidiendo por llegar hasta lo que supuestamente es lo más alto del edificio.


No puedo creer que esta sea su vida jefe, esto es un muladar, es inhumano. Tan solo pensar que alguien puede estar viviendo en un espacio así. Es más, esto es esclavización por parte de la compañía, no puede quedarse así. Ah Guillermino, anhelo tener esa fuerza, pero yo estoy aquí por voluntad, y si en algún momento decidiera irme, no podría, ya que caería sobre mí una deuda impresionante que a la larga sólo me llevaría a la cárcel, así sin más. Ahora bien, recuerdo que en algún momento fui como tu... Jefe, sinceramente no tengo el plan de quedarme aquí y ahora con lo que veo, mucho menos de subir de puesto, es una enfermedad. Pobre Guillermino, lamento comentarte que de ahora en adelante te promuevo y en el momento en el que decidiste no firmar el registro antes de ingresar a la mazmorra élite, aceptaste los términos. Ahora, si decides irte, la gran deuda de la que te hablé caerá sobre ti. Mientras tanto, te cederé mi oficina. A mi me han otorgado una en un nuevo piso con más comodidades.


Ante esta declaración, Guillermino sintió su sangre hervir por dentro e impulsivamente le registró un puño en el ojo derecho al jefe y posteriormente le brindó un puñetazo extra en su hocico que segundos antes escupía una letanía olorosa a condena. El jefe alcanzó a incorporarse y vio como Guillermo deseaba salir de su cuarto, no podía dejar que eso pasara, su avance en el escalafón estaba en juego, así que agarró el único artefacto personal con el que contaba, su cenicero de cristal. Con un tino impresionante, el cenicero rozó la oreja de Guillermino y posteriormente se escarchó sobre la pared; los pedazos de vidrio flotaron por una milésima de segundo sobre el diminuto cuarto.


Hay momentos en la vida que se marcan por pequeños infortunios y que al ser recordados carecen de sentido, a tal grado que al final sólo queda decir: “así lo quería el destino”. Guillermino al escuchar el crujir del cenicero sobre la pared, sólo alcanzó a tirarse al suelo y cubrir lo más que podía su rostro. No se percató, sino hasta levantarse nuevamente, que su jefe tenía incrustado sobre el cuello, justo en la yugular, un gran pedazo afilado de vidrio del cual comenzaban a brotar chorros de sangre, tiñendo de rojo todo lo que en ese cuartucho se encontraba. Fue de sumo impacto esta situación ya que Guillermino no lo podía creer y sólo gritaba por auxilio, pero su jefe ya no respondía.


Guillermino alzaba sus manos y estas tiritaban como locas, no se mantenían solas, pero como pudo sacó las llaves de su jefe, la tarjeta dorada y abrió la puerta del cuarto. Se incorporó en el pasillo y comenzó a correr hacia la gran puerta de entrada y salida. Toda su ropa estaba teñida de rojo, la sangre de su jefe lo acompañaba. Lo único que deseaba era escapar de esa maldita empresa, ¿cómo era posible que llevara trabajando en ella más de cinco años y sin darse cuenta de lo que su jefe sufría? Todas esas burlas, ahora parecían tan inhumanas, sobre todo por el final trágico que presenció, el sinsentido se apoderó por segundos de su mente, de su vida, de sus ojos y de sus piernas que temblaban mientras corría.


Finalmente se encontraba en la gran puerta, la pudo abrir y se incorporó a las escaleras eléctricas que lo llevaban a lo más profundo de la empresa, justo al lugar al que creyó pertenecer por años. A su alrededor, la gente comenzaba a verlo e impresionada se burlaba, como era costumbre en la oficina; la burla como escape de la monotonía, siempre es un buen remedio…“¿Que pasó mi Guille, tiraste el agua de jamaica?; ¿No aguantaste el rigor de las alturas Guille?; ¿Parece que acabas de ver a un muerto?” Mientras las burlas fluían, a algunos empleados les comenzaba a parecer raro el color rojo que teñía la apariencia de Guillermino y este se percató de ello. De un momento a otro, pasó de ser una burla a ser un riesgo para el ambiente.


Tuvo que escapar dejando un rastro de sangre tras de sí. Debía deshacerse de sus ropas, debía llegar a su departamento cuanto antes. Debía no haber vivido aquel instante que lo puso entre la esclavitud y la muerte (¿cuánta diferencia puede existir entre estas?). Pocas cosas se escogen, la mayoría las enfrentas progresivamente. Mientras la noche cubría los cielos que contaminaban sus ojos con la podredumbre humana, Guillermino, iba vagando sin playera y en calzones sobre las calles abandonadas; se dirigía hacia su departamento el cual le quedaba a menos de 40 minutos en transporte público y a más de dos horas caminando.


Balbuceaba. Claro que parecía un demente, ¿a quién se le ocurría caminar casi desnudo por las calles? Las sospechas no tardaron en aparecer, pero él solo caminaba, y se alcanzaba a escuchar entre sus labios: la muerte, la vida, un cristal en la garganta, un segundo, todo cambia, no quiero ser jefe, quiero ser libre, muerte, vida, segundos, nada es suficiente… Así iba, caminaba en la oscuridad y aún estaba a una hora de camino. Será imposible llegar así, decidido en alcanzar su comodidad cuanto antes, se puso a correr y a los dos minutos una patrulla se interpuso en su camino con la sirena prendida.


A ver hijo, revisión de rutina, qué andas haciendo desnudo en las calles, has de estar bien monoso, ve nada más, no puedes andar así. Di algo, carajo. “La muerte, la vida, un cristal en la garganta, un segundo, todo cambia, no quiero ser jefe, quiero ser libre, muerte, vida, segundos, nada es suficiente…” ¿Qué carajos dices? No tiene sentido, te vamos a llevar a un lugar especial para gente especial como tú muchacho drogadicto. Guillermo sacó lucidez por debajo de su piel, arrojó a uno de los policías y se echó a correr en pelotas. Tenía que llegar a su casa, no podía dejar que se interpusieran en su camino a la liberación. Ya estaba harto, después de lo que vio, todo estaba claro. Una muerte insípida no tiene sentido, rascando por un lugar más, subiendo un peldaño más, la verdad es que la escalera es infinita para los desposeídos.


Después de toda la afrenta, Guillermino logró lo imposible, llegó a su lugar seguro, a su espacio. Subió, se echó una ducha, y finalmente se puso su pijama (un short y una playera guanga), se acostó en su cama y comenzó a ver una serie en netflix. Su pasado laboral había terminado y con ello la gran desdicha… Él mismo sabía que su alegría sería breve, ya que ahora debía enfrentar nuevas circunstancias, conseguir un nuevo sustento y seguro lo culparon por la muerte del jefe. Sin embargo, estaba en su momento, mañana será otro día.


Por Raúl Loporte



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