Hablemos del desperdicio científico que tenemos en México, partiendo por considerar, que a su vez, el tema se termina vinculando con el propósito de la ciencia, una práctica que se ha vuelto indiscutiblemente sustancial para promover el avance y una especie de coherencia, en una era altamente tecnológica. Empezaré por afirmar que la ciencia para México no vale nada y por tanto, tampoco lo valen aquellas personas que deciden educarse para orientar su formación hacia la vocación científica.
Esta declaración es sumamente fuerte y en apariencia absurda, dado que el presupuesto orientado al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología se viene incrementando algunos puntos porcentuales en los últimos dos años, obteniendo consigo un favorecimiento, de miles de millones de pesos, a las becas de formación a nivel posgrado. Sin embargo, la realidad económica del país termina despedazando toda iniciativa presupuestal al rubro científico, sobre todo si nos enfocamos y observamos lo que sucede con las personas que terminan formándose a nivel de posgrado. Según, los Anuarios Estadísticos de la Población Escolar en Educación Superior de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) en el ciclo escolar 2020- 2021, hubo alrededor de 102 662 egresados a nivel maestría y unos 12 591 en doctorado, y considerando los últimos datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI, las personas con mayores niveles de estudio representan el 85.8% de desempleados en la muestra.
El amplio porcentaje de desempleo en personas con niveles de estudio universitario y hasta de posgrado es un tema que se viene arrastrando de tiempo atrás, al extremo de que en 2018 se reconocía que un 10% de los taxistas en la Ciudad de México cuentan con estudios de licenciatura y hasta de posgrado, mientras que otro porcentaje considerable opta por empleos informales. Entonces, dadas las circunstancias del empleo para personas con más estudios, a nivel de posgrado, se puede hablar de un desperdicio de miles de millones en becas, ya que al no incluir laboralmente a las personas con este tipo de estudios, la retribución con la sociedad y el Estado se ve mermada, es decir, los conocimientos que obtienen corren el riesgo de quedarse sin uso.
Podemos reconocer que existe un impulso económico para que las personas y, sobre todo jóvenes, se animen por continuar sus estudios de posgrado, sin embargo y de antemano, en el contexto actual, es seguro que sepan el nivel de riesgo que adquieren, ya que al salir no tienen asegurado un empleo. Las becas que sirven de impulso, también deberían ser vistas como inversión por parte del Estado, sin embargo pareciera que no es así, ya que hay una incertidumbre, en donde lo único seguro es que una parte considerable de ese dinero no devuelva nada a cambio. Para los que optan por estudiar son tiempos cortos de relativa certidumbre por la percepción de un ingreso y para el Estado son egresos totalmente inciertos y probablemente tirados a la basura por una gestión, en apariencia, despreocupada por encausar laboralmente los recursos humanos especializados a los que ayuda a formarse.
En esta situación tan deplorable en el rubro del desarrollo de la investigación, ciencia y tecnología, no sólo se trata del Estado, también entra la gestión del conocimiento en las universidades; en este punto, me gustaría recuperar una perspectiva Girouxiana, dado que la investigación científica se viene manejando dentro de amplios muros cristalizados, siendo que una buena parte de su producción está principalmente orientada hacia los mismos colegas disciplinarios, es decir, son conocimientos que se encierran en sí mismos y por ello, poca relevancia podrán tener en la mayor parte de la población, dejando a la ciencia como una práctica elitista y que sólo sirve como un circulo más de poder para mantener el status quo de las personas con una posición privilegiada en su círculo académico. Dicho lo anterior, es posible que estemos en un periodo en el que la ciencia realmente signifique poco, debido a las mismas formas organizacionales que impiden traspasar los rayos del conocimiento a la vida concreta de las personas y como consecuencia de esto, tampoco se tengan suficientes elementos orientados desde las universidades o instituciones de educación superior, para que las personas con mayores estudios pongan en práctica las habilidades desarrolladas en sus tantos años de educación.
Culminando esta desdicha, tampoco se salva la iniciativa privada ya que también se suma a la mediocridad en términos de gestionar oportunidades para el desarrollo científico y por tanto de beneficiar a quienes tanto han estudiado. Esto lo digo, por su poca participación en el estímulo de la investigación y desarrollo científico, ya que según datos de Sandoval Villalvazo, "la inversión en esta área recibe el 0.5 por ciento del PIB con una participación privada de un exiguo 30 por ciento, situación que resulta impactante al comparar con otros países como Corea del Sur, donde se invierte 4.2 por ciento del producto interno bruto (PIB) en infraestructura científica y tecnológica, con una participación privada del 78.11 por ciento del total." Ante un contexto altamente tecnológico y que depende cada vez más del desarrollo científico, en todas su áreas, tenemos un cuerpo empresarial poco visionario y acostumbrado a prácticas de inversión tradicionales que resultan poco competitivas en el contexto actual donde el conocimiento especializado es el pilar.
Para cerrar...
Estamos ante una mediocridad estructural que imposibilita el desarrollo personal satisfactorio, de algunas de las personas que están optando por continuar con estudios de posgrado. De nada sirve tener incentivos económicos a corto plazo para fomentar el rubro académico, si al término del beneficio, deambular a la deriva es una de las primeras oportunidades que tienen los beneficiarios, más que una inversión, termina siendo un gasto; por otro lado, tenemos empresarios bastante ricos, pero poco innovadores y que por lo mismo no están generando nada impactante en términos tecnológicos; finalmente, las estructuras académicas resguardadas en las universidades, ponen en entre dicho la capacidad de la ciencia para fomentar el desarrollo social. En estas condiciones, la responsabilidad termina quedando en quienes optaron por seguir estudiando; así funciona el sistema, si tus méritos no te alcanzaron, entonces, seguro obtienes lo que mereces.
Por Raúl Loporte
Fuentes de información:
- Empresarios mediocres
- Presupuesto del Conacyt
- Desempleo en México
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