El ser humano busca simplificar la vida. Esta idea de hacer todo más sencillo y rápido, ha llevado a las personas a vivir de manera poco sustentable, pues se genera una satisfacción inmediata de necesidades sin pensar en las consecuencias ambientales; por ejemplo, el uso de productos de plástico u otros materiales que son desechables después de utilizarlos una vez, especialmente en el ámbito de los alimentos.
En México, es muy común el uso de utensilios desechables. Según el INEGI, el país tiene 127 millones de habitantes, los cuales, utilizan 45 kg de plástico al año, cada uno. Por esta razón, el gobierno de la capital del país implementó en la Ley de Residuos Sólidos de la Ciudad de México la prohibición de la comercialización de productos de un solo uso, a menos que sean compostables, pero ¿esto qué quiere decir? Que, si el producto está hecho con materiales que se puedan compostar para reintegrarlos al medio ambiente en poco tiempo, se permite libremente su uso. Esta condición tiene una contradicción, dado que los productos biodegradables o compostables suelen ser publicidad engañosa, no necesariamente porque no sea verdad que se pueden reintegrar, sino que no se hace mención de las especificaciones para que se logre el objetivo. Entonces, de nada sirve que un material sea menos dañino para el planeta si no se cuenta con las medidas necesarias para la recolección y el manejo de los desperdicios y, ya que el acceso al medio ambiente sano es un derecho humano, es el Estado quien debe hacerse cargo de la situación. Debe realizar acciones para garantizar el desarrollo y bienestar de la población.
Probablemente, al pensar en desechables surge una relación con los alimentos, pero ¿Qué pasa con la higiene y salud? Todos los productos a los que se tiene acceso fácilmente (en el supermercado, por ejemplo), están empacados con materiales que son difíciles de reutilizar o reciclar; además, en muchas ocasiones es importante destruir dichos empaques para evitar la piratería, lo cual podría ser un riesgo para la salud.
Es muy delicado el manejo de desperdicios de este tipo; asimismo, el problema no radica solamente en la forma en que se empacan dichos productos, sino en los materiales que contienen, en los químicos que causan efectos en el ecosistema, casi imposibles de degradar o que, en el peor de los casos, se degradan y generan un daño mayor. Por desgracia, la mayor parte de la población se ha acostumbrado a los beneficios inmediatos de medicamentos y productos higiénicos modernos. La forma en que se ha conceptualizado el aseo personal y combatir algunos problemas de salud, han llevado a la humanidad a provocar daños graves al medio ambiente, a pesar de ello ¿Qué tan buena o mala es la idea que se tiene de higiene y salud actualmente?
Con el paso de los años, se han perdido algunas costumbres y conocimientos antiguos respecto a estos temas. Dichos conocimientos se han rechazado porque parecen primitivos y se asocian a la idea de que no funcionan o no son válidos, mas no hay una reflexión ampliamente reconocida sobre los beneficios que se pueden disfrutar tanto en el cuerpo, la naturaleza y la sociedad en general. Cabe señalar que estas alternativas suelen encontrarse en la cultura indígena o en el comercio local, consumirlas se traduce en un apoyo a pequeños emprendedores que ya tienen opciones sustentables, en lugar de llevar más ganancia a las grandes empresas. Con esto se da paso a una economía circular.
La economía circular es más sencilla de lo que se cree. Es un término que se ha utilizado desde hace algunos años y que ha tomado importancia por su propósito: romper el ciclo de producir, usar y desechar. La economía circular es aquella que tiene como objetivo la reutilización y reciclaje en la mayor medida posible, ya que mientras más se usan los recursos, mayor valor se extrae de ellos. Esta economía -según la Fundación Ellen Macarthur- tiene como principios: eliminar residuos y contaminación desde el diseño, mantener productos y materiales en uso, y regenerar sistemas naturales.
Además, esta economía da importancia a negocios grandes, pequeños y hasta a las acciones individuales, por lo que rompe con la imagen de que una persona no puede lograr un cambio que sea representativo para el medio ambiente. Por otra parte, la Organización de las Naciones Unidas dice que esta economía busca tomar inspiración de la naturaleza para alcanzar una reducción de desechos industriales de hasta el 99%, pues en ella nada es basura, todo se aprovecha. El ser humano es la única especie que genera desperdicios.
Para hacer funcionar la economía circular es imprescindible cambiar de hábitos. Cambiar la manera en que se produce y se consume para que se alargue el tiempo de vida de un producto, esto es: reutilizarlo tanto como sea posible para aplazar que llegue al reciclaje. A pesar de que mucha gente piensa que no sirve hacer este cambio individualmente, dado que la mayoría de las empresas y el gobierno no toma medidas para contrarrestar el daño al medio ambiente, sí es preciso modificar muchas acciones personales. Esto no quiere decir que se debe hacer todo en torno a cómo se afecta al planeta o que se detengan por completo algunas actividades para no contaminar, pues, de cualquier manera, todo conlleva un daño; todas las personas generan una huella ecológica y de carbono. El objetivo es la reducción de estas.
El término huella ecológica surgió hace menos de 30 años y es un indicador (diseñado por William Rees y Malthis Wackernagel) usado para determinar el espacio terrestre y marino que se necesita en la Tierra para producir los recursos y bienes, así como el espacio que se requiere para absorber sus desechos. Esta huella se puede medir de manera personal, por organización o por región. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza, a cada habitante del planeta le toca 1.8 hectáreas; sin embargo, se estima que se utilizan aproximadamente 2.7 o más. Lo que significa que se exige más de lo que el planeta es capaz de proporcionar, generando un déficit ecológico.
El Earth Overshoot Day es el día en que se agotaron los recursos del planeta disponibles para todo el año. Este movimiento pretende concientizar a la humanidad acerca de la rapidez con la cual se consumen recursos, los cuales no logran ser renovados porque cada año la fecha cambia; es decir, se sobregira al planeta de manera anticipada, por lo que llegará el día en que no se le dé el tiempo suficiente para recuperarse y no se tendrán más recursos. La organización Greenpeace menciona que en 2021 el día del sobregiro de la Tierra fue la el 29 de julio, así que, a partir de ese día, todo lo que el ser humano consuma es parte de los recursos de años siguientes. Lamentablemente, cada año llega antes la fecha, por lo que se tiene un déficit ecológico desde hace décadas.
Si ya se sabe el problema, es tiempo de buscar solución. Hay mucha información sobre el medio ambiente y la situación tan crítica en la que se encuentra debido al calentamiento global; sin embargo, de nada sirve estar consciente del problema si no se toman acciones para resolverlo. Si bien es cierto que no todo es cuestión del individuo, sino del gobierno y las medidas que toma en conjunto con la industria, también es cierto que hay mayor posibilidad de contrarrestar el daño si cada persona se hace más responsable y se compromete a reducir su huella de carbono.
No es tan sencillo como parece, pues la costumbre de la inmediatez para todo aspecto de la vida ha llevado a la humanidad hasta este punto casi sin retorno; pero no quiere decir que se deba ver el asunto de la manera más pesimista, al contrario, se requiere buscar alternativas para dar el paso a una vida más sustentable. Así como hay mucha información de lo mal que va el planeta, la hay acerca de qué se puede hacer al respecto. El objetivo de tener acceso a todos esos datos, es la toma de consciencia y decisiones a favor de la Tierra. Poner metas a corto, mediano y largo plazo; metas que en un principio no serán sencillas, pues hay que pensar constantemente en todo lo que implica el día a día. La clave es pensar en el planeta, antes que, en uno mismo, pues si él está sano, la humanidad también.
Por Jimena Álvarez
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