Ahí estaba aquel muchacho tirado en la tierra mientras otro encima le acomodaba unos madrazos directos en la cara. Con trabajos se pudo cubrir con el brazo derecho, dislocado por la caída que sufrió al ser tacleado. Sólo sentía caer la lluvia de golpes y poco podía hacer ante el oso enfurecido que no se cansaba de tirar piedrazos; como impulso de locura e impotencia, no le quedó más que reír y reír, como si fuera gracioso sentir una proximidad ante la inconsciencia y la oscuridad, hasta que unas autoridades llegaron y detuvieron el alboroto. Al menos este día, el pozo absoluto de la muerte no llegará.
Pensar que para ese joven todo comenzó con la idea de salir a buscar chamba al terminar su trimestre de la universidad, para así aprovechar sus vacaciones de verano. La verdad es que en todo momento esa idea era un engaño y él lo sabía, así como su hermano quién lo acompañaba, aunque muy en el fondo era parte de su intención, ya que la condición económica que imperaba en su hogar era un tanto inestable. Al final, como sea, con buenas o malas intenciones, no era más que una excusa para vagar por las calles. Claro que antes debían tener una fachada para que terceros como sus padres, se quedaran tranquilos y pensando en sus hijos como buenos muchachos con intenciones de madurar.
Salieron de casa y comenzaron su camino. ¿Qué haremos primero?, preguntó el hermano que estaba de vacaciones.
— Pues, quedé de ver al Guayabo ahí en la “expla”, respondió su hermano.
— Para qué le dices a ese wey, ya ves que luego se desconecta, además recuerda que tenemos que ir a ver lo de la chamba.
— Claro, sí vamos a ir.
Después de su entregada planificación los hermanos comenzaron su camino. Esa tal “expla” era el punto de reunión, y en el que pasaban continuamente sus días ya sea para estar sentados quemándole las patas al diablo o solo divagar por horas cuestionando su existencia. Prácticamente era un parque que se encontraba dentro de la demarcación a la que pertenecían y era el lugar de encuentro para jóvenes distintivos que buscaban un rato de sana diversión.
Al llegar y saludar a distintas almas desorbitadas similares a las suyas, se encontraron con el Guayabo, quien los recibió con la bebida del día, no era más que un tonaya revuelto con un refresco sabor a ponche de frutas. Comenzaron la bebedera, primero sentados y posteriormente la siguieron con una caminata donde supuestamente se contemplaba acudir a la bolsa de trabajo. Aunque antes, antes de las responsabilidades adultistas, resultó que su compañero de embriaguez quería ver a su novia. Los hermanos accedieron burlonamente. Realmente sabían que deseaba espiarla para saber si se encontraba donde le había dicho que estaría —típicas confusiones que causan las subpartes del amor y que en algunas almas pesan más que en otras—.
Llegaron al destino, era una de esas escuelas en donde muchos sólo iban a pasar el rato y compensar la falta de oportunidad al no conseguir lugar en una de las opciones que el sector público brinda. Se quedaron en una esquina que los cubría de la entrada del edificio, mientras continuaron tomando a lado de un árbol. Para ese momento, su bebida estaba por llegar a su fin así que decidieron tomar una pausa para acudir a la tienda de autoservicios más cercana, de esas franquicias con los colores rojo y amarillo, rellenar su bebida y hurtar algunas botanas. Regresaron a su puesto de vigilancia y ahí se quedaron una hora, hasta que el Guayabo quedó satisfecho y con sus celos medianamente disipados.
¿Cuál era el siguiente destino? Fueron a una bolsa de trabajo del gobierno local que se encontraba a unas calles de donde estaban. Con el tono rojizo del alcohol en sus caras, pasaron al edificio burocrático, metieron sus datos, los entrevistaron y las señoritas Vladimiras les comentaron que si todo salía bien les estarían llamando para que se presentaran a trabajar, o algo así. Al final, la borrachera de los hermanos impidió retener la información. Pedir trabajo ya no era lo principal, pero al menos sabían que cumplieron con una parte de su responsabilidad.
Después de ese evento continuaron su camino. ¿Qué camino? realmente sólo iban vagando por las calles de Azcalli. A uno de los hermanos le entraron las ganas de fumar mota, así que se dirigieron a comprar unos gramos de hierba que conseguían cerca de un “rastro” en dónde siempre había dones quemando sus toques a las espaldas del mercado y esperando a los clientes. Armaron su “tostón” y se largaron caminando. Se percataron de que no tenían donde enrolar su vicio. ¿Ahora qué carajos harían? Para conseguir “las canas” sabían que debían caminar al centro de Azcalli y buscar los puestos ambulantes especializados en cosas de fumadores, es así que comenzaron su trayecto nuevamente.
Mientras caminaban, bebían y reían, pasaron por un parque. Al voltear, se dieron cuenta que había una bolita de jóvenes que parecían compartir un tono de diversión similar a la suya. Se animaron para acercarse con ellos y ver si de pura suerte traían lo que necesitaban para su fumadera. El destino actúa de formas extrañas. Encontraron lo que querían. Armaron su “gallo” y comenzaron a fumar e invitarle las tres a sus nuevos compas.
Todo iba bien. Unas chelas banqueteras, un gallo amistoso y un intercambio de supuesta camaradería. O al menos eso pasó en un principio, o sólo fue la imaginación de los hermanos y el Guayabo. La verdad es que los tres ingenuos no se dieron cuenta que los veían como invasores, que sus risas, sus gestos y manías incomodaban a los que creían sus nuevos compas. Eran los otros, los extraños.
— ¿Quiénes son estos pendejos? – pensaban sus “nuevos compas”–.
— Se sienten muy graciosos y los muy cabrones ya se están chingando nuestro “pisto”.
— Deja eso, entre esos dos bastardos – se referían a uno de los hermanos y al Guayabo– nomás andan fintándose a los vergazos. A ver si es cierto que son muy chingones los imbéciles.
Uno de los “compas” se armó de coraje y de un impulso se dirigió directo al hermano que se encontraba con el Guayabo y lo empujó de tal manera que se terminó cayendo al suelo. En el momento en el que se dirigía a terminar de pulir su cara con unas cuantas bofetadas, el hermano restante, el universitario, y al mismo tiempo espectador alcoholizado de la situación, se percató del peligro inminente que acechaba a su carnal. Fue así que no dudó en empujar a la bestia esa.
La polvareda rodeaba esa escena en extremo caótica y cómica. Jóvenes alcoholizados y absortos en un coraje por completo absurdo que se sustentaba en la imposición de una otredad a otra. Ambas partes inconscientes de sí mismos, en ese momento se veían como enemigos cuando al final no eran más que iguales, abandonados a la deriva de una sociedad que sólo les ofrecía una mierda de vida amparada en empleos inútiles y mal pagados. El Guayabo, al ver la situación no dudó en escapar cuanto antes. Mientras tanto, ahí estaba el hermano salvador, intentando calmar, racionalmente alcoholizado, el conflicto, pero aquel gorila sólo respondía a su coraje. Absurdo que a ese joven universitario, se le ocurriera poner la razón en un momento donde sólo debía dejar llevarse por sus impulsos de supervivencia.
Fue así como llegamos a la escena del principio. La risa desesperada e inconsciente del hermano que no podía zafarse de los golpes rodeaba la atmósfera. El otro hermano intentaba salvar a su sangre, pero lo impedían sus nuevos conocidos, al mismo tiempo que lo retenían con unos cuantos patadones. Por fortuna, el conflicto cesó. Ambos hermanos con uno de sus brazos dislocados llegaron a su casa. Grata fue la sorpresa para sus padres al ver que sus hijos fueron a todo menos a pedir trabajo. A esos dos hermanos, quienes regresaron a su casa todos madreados y con sus brazos dislocados. Es gracioso, uno pensaría que aprendieron su lección, pero no fue así. A los meses, resultó la ocurrencia de asistir a un rave, pero sin pagar el boleto, sino buscar el golpe y asistir a la fiesta sin pagar. No es necesario detallar el final de esta nueva aventura, simplemente una nueva forma de golpes los rodeó. Por grata fortuna, tampoco los alcanzaría la oscuridad. Nuevamente se abría para ellos un sendero hacia el regreso a casa. Un regreso constante que ocultaría en su cenit futuras y nuevas necedades con finales similares hasta el cansancio, hasta alcanzar la oscuridad perpetua, vaya diversión.
Por Raúl Loporte
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