La belleza de la informalidad se ha ido escondiendo en estos tiempos de COVID-19, poco a poco se están creando barreras para que aquellas sutilezas que surgen en la exposición de emociones, discursos e intercambios de miradas, dejen de tener su intrínseca relevancia. Solemos asociar la informalidad a situaciones de violencia o que atentan contra las normas, sin embargo, no siempre es así; por ejemplo, haciendo referencia al contexto educativo, hay acciones que se realizan y dan sentido a la vida escolar sin ser formalmente establecidas, a estás las relacionan con lo que se conoce como currículum oculto, ya que no se exponen literalmente en los programas o planificaciones educativas, pero son fundamentales.
¿Qué tipo de acciones ocultas son estas? Bueno, entre ellas están el hecho de que existan ideologías que atraviesan los temas por enseñar o también las restricciones que significan ciertas acciones por parte de los docentes hacia los estudiantes en cuanto al desarrollo de los temas. La cuestión es, que finalmente este tipo de acciones se difunden con las interacciones sociales, se aprenden o no, según la disposición de los sujetos involucrados. Finalmente, a pesar de que no se encuentran delimitadas por escrito existen y hacen que los motores funcionen. Ahora bien, la cuestión es, ¿con las condiciones de aislamiento provocadas por la pandemia, estas acciones ocultas o informales, desaparecen?
Para ilustrar el cuestionamiento, imaginemos en una situación “normal”, donde una persona se puede trasladar físicamente de su casa a un espacio que será totalmente nuevo en su experiencia de vida. Supongamos que este espacio es una escuela donde será profesor; entonces, en principio, tuvo que presentarse para entregar papeles y firmar algunas cosas, en ese lapso seguramente conoció a los encargados de la burocracia escolar, se dio cuenta de la persona que hace su trabajo con esmero y otra que hacía gestos de fastidio al engrapar algunos papeles, por lo tanto en su mente al ver a esta persona se decía a sí mismo —procuraré jamás preguntarle nada a esta persona, no voy a tolerar sus malos gestos—. Posteriormente, en otro escenario dentro del mismo espacio, conoció a su jefe de materia, quien lo saludó amablemente y lo llevó a la sala de maestros, ahí al entrar pudo conocer mínimo a tres profesores, vio que entre dos hablaban amistosamente y otro se encontraba un poco alejado, pero al ver entrar al jefe se levantó de su asiento y en tono adulador se prestó para ayudar en cualquier cosa que este necesitara. Mientras esa interacción tomaba lugar, los dos profesores que reían a carcajadas, miraban de reojo a su compañero y hacían gestos de aborrecimiento; al mismo tiempo, la persona, que dentro de poco se incorporará como profesor, al percatarse de esta acción, nuevamente pensó algo más al respecto —este maestro parece bastante adulador con el jefe, tendré que cuidar lo que diga cuando interactúe con él, y los otros profesores parecen amables, pero quizá sean de armas tomar—. Terminando esta escena, al menos se pueden visualizar dos acciones informales (el o la burócrata de pocas pulgas y las relaciones de compañerismo atravesadas por intereses de poder), pero que son parte de las interacciones organizacionales y a través de las cuales uno aprende y se va integrando al ambiente.
Cambiemos ahora a un contexto más actual, el mismo escenario, la persona comenzará a trabajar de maestro, en esta ocasión debido a la “Susana distancia”, le solicitan enviar sus papeles por correo, posteriormente le comparten el número de teléfono de su jefe de materia para que se pueda presentar y conocer los pormenores, lo cual decide hacer. Agrega el número a su agenda de contactos, posteriormente decide comenzar por entablar la comunicación a través de un mensaje de whats, va a su aplicación y busca el contacto del jefe, ve que tiene una foto en su perfil, pero no aparece él sino un paisaje coloreado en tonos verdes. Envía un “Buenas tardes soy el profesor tal y me voy a incorporar a su equipo de trabajo” … espera la respuesta, tardan cinco, diez, media hora y entonces comienza una breve conversación. Posteriormente, en otro momento, tiene agendada una reunión para conocer a sus compañeros a través de una plataforma de reuniones virtuales; se conecta, y espera a que empiece, ninguno de los presentes tiene la cámara prendida, se escucha de fondo la voz del jefe, discutiendo algunos temas para comenzar las clases del nuevo semestre (no hay una presentación previa de los nuevos integrantes ni nada por el estilo). Durante esta interacción en línea, la persona que se incorporará como profesor, intenta escuchar atentamente las indicaciones, sin embargo, no sabe qué pensar de sus compañeros, no los escuchó más que en participaciones muy puntuales; también, a lo largo de la sesión, le llegaban mensajes y notificaciones de sus redes sociales, por lo que había momentos en los que se distraía.
En el contexto del COVID-19, en ciertos casos, como el que se presentó de forma muy somera sobre cómo se vive el distanciamiento social, al hacer la distinción de las relaciones pre-pandemia, se puede llegar a sentir un sabor de boca un tanto agrio, ya que hay un punto en donde quisiera uno al menos ver un gesto o dirigirse personalmente con alguien para preguntar dudas o aclarar ciertos funcionamientos organizacionales. Si bien, las nuevas tecnologías de comunicación han ocupado un papel central para mantener las comunicaciones interpersonales, seguramente hay varios aspectos que se diluyen mientras se ocupan, porque finalmente es muy distinto preguntar algo directamente con la persona que puede apoyar a disipar la duda a enviar un correo y no saber exactamente si el mensaje se haya entendido bien, o si fue prudente preguntar, o si no te quieren contestar, etc.
Entonces, las nuevas tecnologías sin duda han tenido la capacidad para hacer que el gran mecanismo social se mantenga —hasta cierto punto—, ya que las personas tienen que aceptar necesariamente el perder ciertos gestos o aproximaciones con otros sujetos para no perder su funcionalidad, en algunos casos muy a pesar de ellos y con los cuales se sienten un tanto desorientados, aunque quizá exista quien se sienta más seguro o cómodo no tener tanto contacto. Ya sea una u otra condición, no se puede obviar el uso de las tecnologías y aceptar como únicas fuentes de comunicación; una vez que reactivemos la interacción social cotidiana, quizá lleguemos a entender que las tecnologías nos acercaron, aunque también llegaba el punto en donde el alejamiento era palpable. La cuestión final es, no caer ciegamente en las aparentes bondades.
Por Raúl Loporté
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