En una mañana más, una menos, una anciana de unos 71 años, se encontraba en el asilo al que su hijo la dejó, prometiéndole que la vería cada fin de semana. Ha pasado unos seis meses sin saber nada de su hijo. Verónica, veía sus arrugas y su cabello canoso en el reflejo de un espejo sucio cuando a su mente llegaron recuerdos de aquella Verónica que había sido. Se recordó en su mejor etapa, cuando estaba en preparatoria, era joven y muy bonita, con el carisma especial de agradar a los demás. Pero recordó algo más, a su padre, quien daría la vida para que a ella jamás le faltara nada.
En una noche, su padre estaba llorando, haciendo el menor ruido posible, recordó Verónica que se acercó lentamente y solo lo abrazó, no entendía lo que provocaba la tristeza en aquel momento. Su padre limpió sus lágrimas y se fue a dormir con la misma cara de cansado y desanimado. Por la mañana, salió muy temprano a trabajar como si nada hubiese ocurrido. No fue hasta el propio funeral de su padre, que Verónica lo entendió, ya no era más una adolescente y jamás volvería a serlo.
Su primer trabajo fue en una maquila, le pagaban poco más del mínimo, al meno podía comer y eso le bastó por un tiempo hasta que comenzaron los montones de recibos de servicios, lo que la llevó a tomar un segundo trabajo de mesera durante el resto de la tarde y noche. En ese restaurante comía en su mayoría gente adinerada que podía ordenar más de lo que podían comer, moría de envidia y de hambre. Verónica abandonó sus estudios cuando su padre empezó a enfermar, ¿Qué hubiera pasado si hubiera terminado mi carrera? Se lo preguntaba muy seguido cuando tenía el tiempo de pensar en otra cosa que no fuera trabajar y pagar sus deudas.
Era la hora de la comida en el asilo y cada bocado de aquella pasta le recordó a la ocasión en la que conoció a Víctor, con quien se casó, amó y veló ya hace unos años. Verónica ya sin su padre y Víctor con unos pocos billetes en la bolsa esperaban a un hijo y unas deudas increíblemente grandes. El amor no podía salvarlos, Verónica abandonó sus trabajos por el embarazo, pero no podía solo quedarse en casa a esperar a Víctor. y a los pocos pesos que podía brindarle. Con cinco meses de embarazo trabajó de sirvienta en una casa hasta que la corrieron por sospechas de robo de un collar. El collar pagó los gastos del parto y pañales por unos meses. Víctor de 6 de la mañana a 8 de la noche en una tienda de abarrotes y los fines de semana como ayudante de albañiles, apenas llegaba a casa a comer, bañarse, besar a Verónica en su mejilla y dormir.
Verónica en la hora de televisión, recordó cuando su hijo estaba en preparatoria. Ella y Víctor con canas y con comida en la mesa y dolores de cabeza, había logrado una estabilidad, pero cada vez más cansados y para ellos no era suficiente, querían darle todo a su hijo aunque no podía disfrutar de su vida y tampoco de su paternidad, sentían culpa al ver a los amigos de su hijo con ropa de marca y teléfonos de alta calidad. Lloraban en su habitación de frustración, cansancio y tristeza al sentir que no podía más. Su hijo jamás se quejó, no porque no tenía ganas de hacerlo, sino porque el quería unos padres no unos trabajadores.
Un día más en el asilo. A Verónica ya no le llegaron más recuerdos, sólo sueños intermitentes, soñaba con Víctor y con los lugares a los que jamás viajó, momentos de familia que jamás se dieron, con descansos que jamás se permitió, con canciones que jamás escuchó porque tenía su mente reclamándole por no hacer más, con vestidos que nunca usó porque todo iría para la ropa de su hijo, con una vida que no pudo tener ya sea por dinero o simplemente porque quiso vivir así su vida.
Cuando menos lo esperó, le dieron la noticia de que su hijo la había visitado. Ella contenta se levantó como pudo para ir al encuentro de su querido hijo.
— Hola mamá, ¿Cómo te encuentras?
— Feliz de que estés aquí hijo, hace tanto no sabía de ti. pensé que te habías olvidado de mi.
— Claro que no madre, he estado ocupado con el trabajo y el niño, he tenido que hacer horas extras para tener suficiente dinero ahora que se acerca el nuevo bebé, pero hoy quise visitarte y pasar todo el día contigo, así que, ¿Qué te gustaría hacer?
Verónica junto a su hijo dieron un paseo en el parque mientras comían un helado y platicaban sobre el trabajo de su hijo en cómo le iba en la vida. Su hijo le contaba que estaba cansado física y mentalmente por el trabajo, pero estaba poniendo todo de su parte para salir adelante con sus hijos y esposa. Te entiendo hijo —le respondió Verónica— pero verás que en un futuro todo habrá valido la pena, las desveladas, el cansancio, y la mejor recompensa que tendrás será vera tus hijos felices. Después de ese día, Verónica regresó y se fue directo a la cama , se durmió sintiéndose plena y en un sueño profundo y permanente sintió la felicidad por todo lo que logró, se dio cuenta que todo el cansancio que sentía al irse a trabajar para mantener a su hijo había valido la pena.
Por Regina Pérez, Zurisadai López, Geraldine Delgado, Ariadna Chumacero, Adriana Pérez, Azul Ángeles y Naomi Hernández
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