— ¿Por qué me siento así?, ¿por qué de repente siento como que el mundo se detuvo?, ¿por qué siento un nudo en la garganta cada que me pongo a pensar en todo lo que está pasando?— Sofía desde que era chiquita le gustaba mucho jugar con sus amigos, le gustaba escuchar música, bailar y cantar. Era una niña muy feliz, simpática y amable. Todas las noches, su madre Aurora iba a su cuarto a contarle un cuento, el que ella quisiera y su madre siempre le decía que era lo mejor de su vida, que tuviera una bonita noche y que la amaba con todo su corazón.
Mientras Sofía fue creciendo, le fueron interesando más cosas, le gustaba mucho la escuela, hacer tareas e incluso le empezaba a gustar un niño (aunque a su madre nunca le dijo pues sabía que no estaría de acuerdo en que tuviera un desvío de sus estudios). Estaba a punto de entrar a la secundaria y cuando llegó el momento, gracias a todo el esfuerzo que hizo, se quedó en una de las mejores. Aurora, su madre, se puso muy feliz, le hizo una comida para celebrar y no paraba de hablar sobre lo orgullosa que estaba de ella, le recordó que debía de echarle muchas ganas, cumplir con todas sus tareas y no dejar de estudiar nunca, ya que le señalaba que con eso ella aseguraría un buen futuro.
Esta última idea del estudio le quedó muy presente a Sofía en su cabeza, ella sabía lo que debía de hacer. Sabía qué quería estudiar, lo que quería se cuando fuera más grande, quería ser una gran dentista, quería ser la mejor. Poco a poco sus resultados fueron floreciendo: tenía las mejores calificaciones en la secundaria, era la abanderada en la escolta, fue a muchos concursos de matemáticas por su inteligencia y los profesores no dejaban de halagarla, pero ella sentía que no era suficiente, que tenía que dar más de ella, más de lo que ella pudiera y se la pasaba todo el tiempo haciendo tareas, proyectos y más tareas. Su mamá la veía y le decía que no parar, que estaba bien lo que hacía si quería un buen futuro, que todo lo que estaba haciendo valdría la pena.
Con el paso del tiempo, sus calificaciones eran constantes, las mejores, las de una estudiante de excelencia, pero esto no fue nada sencillo, le costó demasiadas cosas. A sus amigos que la invitaban a salir de fiesta siempre les negaba diciendo que no tenía tiempo para eso, que debía hacer cosas que le ayudaran en un futuro. Se la vivía en la biblioteca con demasiados libros alrededor de ella y en algún momento el chico que le llegó a gustar fue tema de otra página porque cuando el se acercaba lo único que obtenía como respuesta era un: "ahora no, estoy ocupada estudiando". Sin que se diera cuenta, Sofía perdió un amigo, después dos, siguiendo a los tres y así hasta que de plano la apodaron "el cerebrito viviente".
Pasado el tiempo y en cuanto Sofía ingresó al bachillerato, su rostro comenzó a mostrar cansancio, fastidio por querer ser siempre la mejor, por guardar toda la información que leía, todo lo que aprendía. Los maestros se lo hicieron notar, pero ella sólo reía y respondía "que estaba bien, que le gustaba mantener sus calificaciones de esa manera, de todas formas ¿era malo que ella quisiera ser la mejor estudiante?". Sus profes no alcanzaban a entender como alguien que parecía tan alegre y feliz se había convertido en eso, una chica obsesionada con los estudios.
Citaron a su madre en la escuela, no fue lo que ellos esperaban, pues Aurora simplemente les dijo que era necesario todo lo que su pequeña y querida Sofía hacía, que si quería conseguir un empleo decente tenía que matarse de esta manera. Después de aquel encuentro nada cambió, Aurora le recordaba a su hija que tenía que ser la mejor, que se esforzara, sino no llegaría a nada, sería una fracasada. ¿Y Sofía? bueno, ella nunca se quejaba, no lo negaba, le hacía sentir una satisfacción grandísima saber que era el supuesto modelo estudiantil y que con todo lo que estaba haciendo sería la mejor dentista, no de su colonia, no del pueblo, sino de la ciudad y si se podía de más allá. Pero eso sólo fue hasta que pasó al último año... Todo se complicó.
Ya no comía, tal vez dormía tres o cuatro horas, pero nunca faltaba a la dichosa escuela, nunca faltó a sus ensayos de escolta, es más, nunca faltaba alguna participación de ella en todas las clases. Eso le terminó afectando. Cada vez se sentía más débil, más cansada y a veces quería dormir en las bancas de su salón; cuando se dio cuenta de esto se sintió terrible, "¿es que acaso ya no era la Sofía de antes? ¿terminaría decepcionando a su madre? Intentó resistir lo más que pudo, pero cada que su madre le recordaba todo el esfuerzo que tenía que hacer, se empeñaba a realizar tarea tras tarea sin que su madre se diera cuenta que no dormía. Comenzó a sentir que ya nadie la quería, que se estaba volviendo más débil académicamente, que todo lo que hizo por sus estudios le hizo perder amigo y también a ella misma.
Finalmente, exhausta llegó un día a su casa, no saludó a su madre, ni siquiera se inmuto en verla, entró a su cuarto con tres enciclopedias grandísimas y gruesas, las amontonó en medio de su habitación, colgó una cuerda y antes de eso escribió una carta a su madre: "lo siento, ya no puedo con esto, me cansa y no solo eso, han pasado demasiadas cosas y creo que ya no soy Sofía, pero madre, me fui siendo la mejor estudiante, no una dentista, pero sí la mejor del bachillerato". Dejó la carta en la mesa y con una sonrisa cansada se colgó y a los pocos minutos su respiración se cortó, dándole fin a todo el cansancio que ella soportó y negó aceptar.
Por Zoé Baquedano, Monserrat García, Alondra Hernández, Brisa Martínez, Ángel Pérez, Jocelyn Tiburcio y Paola Vargas
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